Una mujer despega un cartel político en la Ciudad de México, algo inusual en una ciudad infestada de propaganda no solicitada, contaminante, fea.
Pero ella decide que ese afiche lo debe de tener en su casa. Con esmero, logra despegarlo de la pared y lo besa. ‘Mi amor, ven por mí’, enuncia mientras se lleva la fotografía.
En ella, Omar García Harfuch.
Es cierto, el ex secretario de Seguridad Ciudadana de la capital tiene un arrastre enorme con las mujeres de la ciudad, pero también con las clases medias que reconocen un mediano mejoramiento en los índices de inseguridad metropolitanos. Cierto, aun uno no puede salir a la calle hablando con celular o con un reloj -el que sea-, pero la percepción de que el ex Distrito Federal es más habitable que hace cuatro años está a la vista.
Ello se convirtió en una de las banderas de batalla de Claudia Sheinbaum, la enarbolaba en sus mítines, era reconocida por sus adversarios internos -Adán Augusto, Marcelo, Noroña- y el mérito solo dirigía hacia la labor de quien despachaba en la Glorieta de los Insurgentes.
Si así es, ¿Por qué hay miembros de Morena que no quieren a García Harfuch?
No nos confundamos, el argumento de que no es un cuadro puro de izquierda es mera hipocresía o cinismo dentro de un clan que arropó a Manuel Bartlett como prócer de la democracia y a Ignacio Ovalle como distinguido militante de izquierda. Ese pretexto lo utilizan para ocultar sus ulteriores pretensiones que están en el futuro.
Harfuch es una piedra en el zapato para 2030. Ya sea en la Jefatura de Gobierno de la CdMx o en algún otro puesto del gabinete de Sheinbaum, el hijo de María Sorté se pondría a la delantera en esa carrera presidencial. Ello, ante la falta de cuadros realmente competitivos para ello en Morena -no los tenían hoy, todos fueron inflados a partir del dedo presidencial- y la deferencia que le tiene Claudia a su colaborador.
Las presiones actuales contra la llegada de García Harfuch a la candidatura capitalina no solo lo abollan para ese puesto, sino para cualquier otro pensado: el golpeteo por sus antecedentes familiares o su involucramiento en el caso Ayotzinapa pareciera que van dirigidos a eliminarlo de cualquier posibilidad de ganar un puesto de elección popular en el futuro, con lo que terminan por pegarle a él pero, obvio, también a su jefa dentro de uno de los pocos cuadros con los que cuenta Claudia de lealtad real a ella y no a López Obrador.
Y ahí, está la clave.
Este proyecto, el obradorato, no está diseñado a ser democrático, sino a crear andamiajes de preservación de poder al mediano plazo. Harfuch daría en 2030 la continuidad de la marca pero no de la idea que estaría representada fundamentalmente por alguien que heredó solo el nombre del fundador, pero cree que eso basta.
Lo que no consideran los futuristas del obradorato es que la circunstancia debe cambiar a partir del 2 de octubre de 2024. Dudo que Claudia Sheinbaum desee compartir el poder, ni con el presidente, sus familiares, menos con sus recaderos.
Por más puros que se sientan.