Política

¿El Plan “B”?

Cierto, el presidente López Obrador es un hombre terco y caprichoso, pero difícilmente se le verá cometer errores en esta etapa de su ejercicio de poder.

Tomemos por ejemplo dos acontecimientos de esta semana. Primero, el golpe de estado fallido de Pedro Castillo.

El desgraciado -Laura Bozzo dixit- presidente de Perú creyó que podía dinamitar la democracia de su país una vez más, tal como lo hizo Fujimori en los noventa (con todo y visita legitimadora de Jacobo Zabludovsky) sin consecuencias en la opinión pública y en el equilibrio de poderes. Pareciera que no leyó el manual de golpes de Estado para idiotas: no tranzó con el ejército, no logró tener de su lado a la policía nacional, naufragó en el intento que los cercanos a él políticamente lo arroparan y, al final, fracasó en su intento de llegar a la embajada mexicana para pedir asilo. Castillo fue víctima de todo tipo de ataques por parte de sus opositores, lo normal en estos tiempos de polarización internacional y parte del juego que él mismo utilizó desde la oposición.

López Obrador defendió a Pedro Castillo. Es obvio que sabía que su ofrecimiento de asilo político no fructificaría y causaría escozor entre los sospechosos comunes.

Pero para la agenda política del presidente, la caída de Castillo fue miel sobre hojuelas: logró utilizar el ejemplo de un político perseguido y atacado por la oligarquía, los grupos de poder, los medios y las fuerzas fácticas para llevarlo hasta su caída. Peor aún: un suicidio político ocasionado por la desesperación ante el embate.

Por supuesto, el presidente logra usar el referente para contrastar con su enorme popularidad y los apoyos no solo de la sociedad sino de actores de gobierno indispensables para la estabilidad de un gobierno de transición. López Obrador no tiene riesgo alguno de caer como Castillo por muchas razones, pero sobre todo por el amasiato institucional que existe entre la presidencia de la república y el Ejército. Pero la idea hizo caer a más de un ingenuo que no entendió que el paralelismo serviría para la intención presidencial: incendiar las redes y polarizar aun más la semana.

Semana que comenzó con la idea de que la reforma electoral que acabaría con el INE no transitaría en la Cámara de Diputados. Así fue: la oposición logró la victoria de defender el intento de tocar al instituto.

Sin embargo, al final el INE fue tocado por debajo de la mesa. El Ejecutivo tenía lista la iniciativa que le quita dinero y garras al organismo y premia a los aliados del obradorato.

Esto, en realidad, se convierte en una jugada perfecta de ajedrez. Durante semanas, los críticos del presidente insistieron y movilizaron a la sociedad contra un desmantelamiento del INE cuando, al final, jugaron por la lateral para desmontarlo de una forma que, aun hoy, es ignorada en su contenido por legisladores y comentaristas.

En pocas palabras, la reforma constitucional fue un mero distractor y el ‘plan B’ del presidente bien podría haber sido, desde siempre, el Plan A.

Ganando como siempre.

Gonzalo Oliveros


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