Política

De lengua…

Durante ocho años, el gobierno actual insistió en la responsabilidad total del Ejército en los trágicos sucesos de Iguala. De hecho, muchos de los que hoy se encuentran incrustados en sus filas -no solo como funcionarios públicos, sino como aplaudidores o facilitadores del ascenso del obradorato- crecieron y se hicieron de fama y prestigio (si vale la palabra) desde su reclamo.

En una semana, a partir de las filtraciones periodísticas donde el reporte de la Comisión de la Verdad del Caso Ayotzinapa, los simpatizantes del presidentes dejaron de ser simpatizantes de los padres de los 43. Pareciera que, al develarse la forma en que el discurso oficial intentó cercenar los indicios -que no pruebas- del involucramiento del militares en la tragedia de Ayotzinapa, la orden fue -en esas primeras horas- arropar al presidente costara lo que costara.

Lo primero que costó fue la congruencia y el fiscal del caso quien, junto con 21 órdenes de aprehensión, desapareció de la escena.

La inoperancia del gobierno federal en múltiples frentes parecía que no tendría el mismo fin en el caso Ayotzinapa. Sobre todo porque era uno de los patines en que transitó López Obrador en su paso hacia Palacio Nacional.

El otro es el combate a la corrupción, donde en el papel el gobierno federal ha logrado crear un discurso adecuado sobre cómo el pasado dejó una estela desastrosa de complicidades y encubrimientos. Sin embargo, el nombre Segalmex pareciera eclipsar casos icónicos del pasado reciente sobre el uso del poder para el beneficio de unos cuantos… y sus carteras.

Sobre ello, el presidente prefiere no hablar. La estrategia de propaganda y comunicación es vitalmente eficiente, tanto que el círculo rojo es el único que se ha enterado de las fracturas internas, traiciones y movimientos de una sucesión adelantada donde la candidata favorita juega con dinero público para intentar ganar la simpatía de la población. El resultado no es el adecuado.

Pero el esfuerzo es enorme, tanto que sus reuniones van más allá de aquellos que son los favoritos de su entrenador. Apenas el fin de semana pasado, Sheinbaum decidió que era una buena idea pactar con la cara actual de la Universidad de Guadalajara. Ricardo Villanueva dijo que era momento de guardar silencio y conocerse, en un noviazgo falsario en acciones y aciertos que esconden acuerdos hacia los próximos 20 meses.

¿Esconden? Disculpen, eso sería si existiera la elegancia. Horas después, Raúl Padilla, de la mano de Ricardo Peralta, fue a la casa de Carlos Lomelí a tomarse la foto de los escarceos entre el obradorato y el cacicazgo. De nueva cuenta, la opinión publicada jalisciense no vio rara la reunión, en una acción ilógica donde pareciera normal que existan personajes como los descritos y que, sin pudor, publiquen reuniones en espera de reacciones de sus adversarios.

A la mitad, la sociedad, que ve como unos se aman fotos y otros deciden repartirse mayores cantidades de dinero público como escarmiento a una chiquillada legislativa que, más que hacerles sombra, les molesta para sus planes futuros.

Para terminar la semana, la revelación de los expedientes hackeados por el grupo Guacamaya, quienes develan -a partir de supuestos documentos del Ejército mexicano- el ocultamiento no solo del estado de salud del presidente, sino de la cifra real de muertos en el famoso Culiacanazo y hasta las fricciones entre el General Secretario y el Secretario de Marina.

Todo, aderezado por discursos políticos de triunfo y el disgusto social no por la inflación o la inseguridad, sino por los malos resultados del equipo de futbol nacional.

Vaya contradicciones de discurso.

Gonzalo Oliveros

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