Política

Eliseo Alberto

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Gil cerraba la semana convertido en una sombra en la pared. Como uno no es dueño de sus pensamientos, a Gilga le dio por recordar a Eliseo Alberto, Lichi, el magnífico escritor cubano y mexicano, columnista de su periódico Notivox y muerto por las complicaciones de un trasplante de riñón. Lichi publicó una buena parte de su periodismo en la editorial Cal y Arena. Así se encontró Gil con La vida alcanza, una reunión de recuerdos que se niegan a desaparecer, estampas periodísticas en las que revive a sus amigos escritores y artistas, a viejos músicos, beisbolistas y boxeadores de su imborrable Cuba. Gil ofrece estos subrayados:

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La Historia con mayúscula es un hueco negro; con minúscula, un ring de boxeo donde los contendientes juegan ajedrez a batazos.

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Nos sentamos a la mesa. El viento volaba papeles. Decidí invertir el orden del creído interrogatorio y comenzar por la última pregunta: —¿En qué hotel del Universo le gustaría pasar las vacaciones de la muerte? Nicolás [Guillén] me respondió al instante: —En la Nebulosa de Andrómeda. La rapidez de la réplica me desconcertó. Sentí que yo colgaba de una estrella.—¿Por qué? —atiné a balbucear. El poeta se puso en pie: —Porque me gustan las esdrújulas. Y dio por terminado el encuentro. Desde la calle, alcé la vista: Nicolás regaba con carcajadas una maceta de flores que había en su ventana. ¿Eran rosas?

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La esperanza es una tabla de salvación. Todos los días, sin falta, el sol asoma tras la misma montaña y se esconde en el mismo resquicio del horizonte, pero cada día es distinto al anterior y al siguiente porque ninguno es igual ante los ojos de los hombres: para unos, una tarde tormentosa carga nubes de tristezas; para otros, el aguacero simboliza la alegría, la fertilidad. Amanecer respirando, con el corazón en su lugar, será un segundo milagro.

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La nostalgia tiene fijeza, como los perfumes.

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Cicatrices. Cada cicatriz evoca un sufrimiento. Algunas nunca acaban de cerrar. Sangran cuando menos lo esperas. Ya crees que la herida secó porque es apenas una rayita invisible en la memoria y resulta que no, de eso nada, por el contrario resulta que sí, que se vuelve a abrir. Basta con un roce. Un codazo. Un pisotón. Una caída. Todos los golpes van sobre la llaga. También las pedradas. El imán de la mala suerte atrae la desgracia. No te deja recordar en paz. Tampoco olvidar, que a la larga es uno de los pocos recursos que los seres humanos tenemos para depurar el pasado y arrinconar los dolores, de manera que, envueltos en los celofanes de la piedad, estorben lo menos posible.

Tengo algo que decirles, y a eso vine desde mi casa a la de ustedes en relámpago viaje de ida y vuelta: ya no sé qué es Cuba. Hoy puedo entender tanta confusión, ahora que mi incertidumbre ha ganado en claridad. La isla reverbera en mi memoria, entre vapores que el sol inhala, como si un enorme incendio consumiera un atado de cañas secas en medio del océano. Supe que no sabía qué diablos era mi país, sin dudar de mis dudas, allá por los días en que me vi obligado a fijar residencia en Ciudad de México, la generosa y bendita capital de todos los desterrados de América Latina. El exilio es una violación. También una casa de huéspedes. La costumbre de revisar papeles puede, de pronto, costarnos caro. La tristeza no hace rebajas.

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Una tarde de noviembre de 1788, un genio de 32 años, tembloroso por las calenturas de la fiebre, terminaba de componer una Sinfonía (la No. 40) en sol menor. Dios sabía desde el primer segundo de su mundo, también nuestro, que sólo él podía componer algo mejor que Él. Por ese muchacho había valido la pena esperar quince mil millones de otoños. Para eso construyó su paraíso: para que escucháramos a Wolfgang Amadeus, sentado al piano. Con Mozart el hombre aprendió qué diablos es la libertad. Y gracias a Dios, ya no nos hizo tanta falta Dios.

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Sí: los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras se acerca el mesero con la charola que sostiene la botella de Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular las frases de Eugene Ionesco por el mantel tan blanco: El hecho de ser habitados por una nostalgia incomprensible sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá.

Gil s’en va

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Gil Gamés
  • Gil Gamés
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  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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