Gil cerraba la semana como gato atropellado. Caminó sobre la duela de cedro blanco, acusaba una fatiga de fin de año. Allá iba Gilga, lento como una cataplasma. Pero sabía lo que buscaba. Un breve libro: Vida, pasión y muerte de Tenochtitlan (Fondo de Cultura Económica). En este pequeño libro, Eduardo Matos Moctezuma, jefe de jefes de nuestra historia más antigua, ha elegido algunos textos fundadores de nuestra nación e identidad. Escribe Matos Moctezuma: “Hoy vamos a tener el privilegio de escuchar las voces del pasado. Voces que fueron protagonistas de los sucesos que llevaron a la admiración y destrucción de una de las grandes ciudades mesoamericanas: Tenochtitlan”. Gamés repasó sus subrayados y copió algunos de ellos. Aquí vamos:
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Hernán Cortés:
Esta gran ciudad de Temixtitan está fundada en esta laguna salada, y desde tierra firme hasta el cuerpo de dicha ciudad por cualquiera parte que quisieren entrar a ella, hay dos leguas. Tiene cuatro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan anchas como dos lanzas jinetas. Es ta grandes como Sevilla y Córdoba. Son las calles della, digo las principales, mey anchas y muy derechas, y algunas destas y todas las demás son la mitad de tierra, y por la otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas, y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por do atreviesa el agua de las unas a las otras, e en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas, hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas juntas y recias y bien labradas; y tales, que por muchas de ellas pueden pasar diez de caballo juntos a la par. […] Tiene esta ciudad muchas plazas, donde hay continuos mercados y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la de la ciudad de Salamanca, toda cercada de Portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo.
(Hernán Cortés, “Segunda carta de relación”, en Cartas de relación de la conquista de América, Ed. España, México, s. f.)
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Bernal Díaz del Castillo:
Cómo nuestro capitán salió a ver la Ciudad de México.
Como hacía ya cuatro días que estábamos en México y no salía el capitán ni ninguno de nosotros de los aposentos, excepto a las casas y las huertas, nos dijo Cortés que sería bien ir a la plaza mayor y ver el gran adoratorio de su Huichilobos y que quería enviarlo a decir al gran Montezuma que lo tuviese por bien. Para ello envió por mensajeros a Jerónimo de Aguilar y a doña Marina, y con ellos a un pajecillo de nuestro capitán, que entendía ya algo la lengua, que se decía Orteguilla. […] Montezuma le tomó por la mano y le dijo que mirase su gran ciudad y todas las demás ciudades que había dentro en el agua, y otros muchos pueblos alrededor de la misma laguna en tierra, y que si no había visto muy bien su gran plaza, que desde allí la podía ver mucho mejor. Así lo estuvimos mirando, porque desde aquel grande y maldito templo estaba tan alto que todo lo señoreaba muy bien; y allí vimos las tres calzadas que entran en México, que es la de Istapalapa, que fue por la que entramos cuatro días hacía y la de Tacuba, que fue por donde después salimos huyendo la noche de nuestro gran desbarate, cuando Cuedlavaca, nuevo señor, nos echó de la ciudad, y la de Tepeaquilla [la actual calle de Guadalupe]. Y veíamos el agua dulce que venía de Chapultepec, de que se proveía la ciudad y en aquellas tres calzadas, las puentes que tenían hechas de trecho a trecho, por donde entraba y salía el agua de la laguna de una parte a otra.
(Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Ed. Nuevo Mundo, México, 1943).
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Sí: los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la charola que soporta la botella de Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular las frases de Cicerón por el mantel tan blanco: No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños.
Gil s’en va