A Gil no puede sino parecerle una mala noticia la desaparición del PRD, aun cuando en catorce lugares de la República pueda ser un partido local. Se acabó el PRD. En esas cavilaciones estaba Gamés cuando encontró un libro: Izquierda, democracia y cambio social: PRD 1989-2018, una historia colectiva que coordinaron Ricardo Becerra y Mariano Sánchez-Talanquer (Cal y Arena, CIDE y PRD, 2020). De los muy notables ensayos que integran este libro, Gil ha querido subrayar algunos párrafos de “Zénit y Nadir del Sol Azteca, 2000-2018” de Alejandro Moreno. Aquí vamos.
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Las preguntas centrales de la competencia electoral en México a finales de los años ochenta y a lo largo de los noventa, no se centraban tanto en el modelo económico del país como en el modelo político, en si continuar con el partido hegemónico en el poder o cambiar. Movilizar bajo la lógica de la decisión electoral el tipo de régimen deseable.
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El perredismo tomó posturas progresistas en temas como los derechos de la mujer, el aborto y los derechos de las minorías sexuales, lo que devendría en la legalización del matrimonio igualitario en la Ciudad de México. La capital se convirtió en un bastión perredista desde 1997, cuando Cuauhtémoc Cárdenas ganó la primera elección para la Jefatura de Gobierno.
Hace unos años Roger Bartra señaló esto refiriéndose a las disputas internas del PRD: “al parecer, las corrientes socialdemócratas y las populistas no son capaces de convivir civilizadamente en un mismo partido (…) Una izquierda con orígenes antisistémicos, progresista, secular, a ratos claramente politizada, con posibles indicios clientelares, sobre todo a nivel local, sería una descripción rápida pero sustancial que los votantes del PRD han dejado grabada a través del desempeño de ese partido en las elecciones”.
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Entre su fundación en 1989 y las elecciones federales del 2018, las tres décadas de vida del PRD evocan un patrón de ascenso y caída. El ascenso fue rápido: tras obtener el 8% de la votación nacional en sus primeros comicios, en 1991, el voto perredista se duplicó en 1994 a 16 por ciento y creció a 25 por ciento en 1997. Antes de cumplir diez años, el Sol Azteca representaba una cuarta parte de la votación nacional.
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El zénit perredista, su punto más alto, se registró en 2006, impulsado en buena medida por la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador en ese año. La votación nacional por el PRD alcanzó el 30 por ciento. El proceso de caída se dio en las siguientes cuatro elecciones federales: en 2009, el PRD obtuvo 12 por ciento, en 2012 el 18 por ciento, en 2015 el 11 por ciento, y en 2018 apenas 5 por ciento, su punto más bajo, el nadir del Sol Azteca en esos 30 años.
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En 1997 el propio López Obrador era presidente del partido y buena parte de la estrategia electoral fue tejer redes de seguidores en diversas partes de la República, las denominadas brigadas del sol. La construcción del perredismo en su bastión de la Ciudad de México pudo haber tenido un componente programático, pero como se ha documentado, también tuvo un componente clientelar, por medio del uso de los programas sociales del gobierno local.
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“…la caída perredista en 2018 probablemente tuvo que ver con varias etapas de desgaste, una primera que refleja los desacuerdos de López Obrador con el liderazgo en turno y que deriva en el rompimiento y la fundación de Morena. El rápido ascenso de Morena se explica, en parte, por el traslado de las lealtades perredistas previamente construidas por el liderazgo lopezobradorista. Una segunda etapa tiene que ver con la decisión de formar una alianza PAN-PRD para las elecciones del 2018 y la designación de un candidato presidencial no perredista”.
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Al final, el 5 por ciento obtenido en la elección de 2018 fue el resultado de estos procesos subsecuentes de abandono, ciertamente reflejo de las decisiones político-estratégicas tomadas por el liderazgo del partido, pero también, y hasta cierto punto, atribuibles al tipo de electorado que venía cultivando el PRD.
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“…una de las contribuciones más notables del PRD a la política nacional (ha sido), la extensión de una agenda progresista en una sociedad mayoritariamente repulsiva a ello”.
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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero acerca la charola que soporta el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular las frases de Borges por el mantel tan blanco: “hay derrotas que tienen más dignidad que la victoria”.
Gil s’en va