Política

¿Se puede ser demócrata y abstenerse?

En el debate público se debate una afirmación. Que no votar puede ser, también, un acto democrático. Que abstenerse, en ciertas condiciones, es una forma legítima de protesta. Que al no acudir a las urnas, el ciudadano ejerce una especie de desobediencia civil silenciosa, válida, e incluso valiente. Y aunque esa postura puede entenderse desde el malestar, no por eso debe asumirse sin reservas. Porque la democracia, sin participación, no se fortalece, se debilita.

Se puede ser demócrata y, en un contexto autoritario, decidir no votar. O se puede, incluso, recurrir a la abstención como parte de una estrategia de resistencia organizada, siempre que esté acompañada de una estrategia política clara, de estructuras de orden y de una propuesta alternativa de cambio. Pero en democracias funcionales —aunque imperfectas, como la mexicana— la abstención es, casi siempre, una rendición anticipada.

Hoy, la crítica a la elección judicial en México sostiene que participar en este proceso sería legitimar una reforma que compromete la independencia del Poder Judicial. Y no les falta razón al advertir los riesgos que entraña elegir jueces por voto popular. Se advierte que este mecanismo puede llevar a una justicia mediatizada, emocional, volátil. Se denuncia la intención de controlar políticamente a los tribunales. Se señala que el voto ciudadano no puede sustituir los filtros de formación y méritos que requiere el cargo de juzgador.

Todas estas voces tienen argumentos en el fondo del diagnóstico. Pero tal vez se equivocan en la receta. Pedirle a la ciudadanía que no vote es entregarle el país, con todo y sus tribunales, a los que sí están dispuestos a movilizarse.

Participen muchos o pocos, los resultados serán legales. No participar es permitir que el campo quede libre. Es ceder la voz. Es renunciar a cualquier posibilidad de incidir, aunque sea mínimamente, en el destino de las instituciones. Lorenzo Córdova, lo dijo con acierto: “así vote el uno por ciento del padrón, vamos a tener jueces”. Entonces, ¿a quién le conviene que no se salga a votar?

Algunos responderán que votar es convalidar. Que el sistema ya está capturado. Que no hay salida. Pero ahí está el error, suponer que no hacer nada cambia algo. La abstención no transforma, consolida. No sacude el sistema, lo deja intacto. No se puede cambiar lo que se abandona.

Ingrid Tapia ha sido precisa al señalar que, en contextos en que el Estado de derecho se encuentra bajo presión, votar se convierte en una forma de resistencia. Cada sufragio honesto es un acto de afirmación democrática. Una grieta en la narrativa oficial. Un intento —aunque modesto— de reinsertar ética y criterio en las instituciones. Y es que no se trata de idealizar el proceso ni de negar sus fallas. Se trata de no renunciar del todo. De encontrar, entre la maraña, un resquicio para actuar.

Porque si no votamos, no anulamos la elección, estemos claros en ello. Solo renunciamos a influir en su resultado. Y ese vacío será llenado por quienes sí acuden, ya sea por acarreo, por consigna o por conveniencia. La pregunta no es si el sistema propuesto es perfecto. La pregunta es si vale la pena abandonarlo. Y la respuesta —desde una lógica democrática— debe ser un no rotundo. Porque la democracia no es una promesa de pureza, sino un esfuerzo permanente de corrección. No es la realización de un ideal, sino una práctica cívica cotidiana y continua.

El abstencionismo es más un síntoma de desafección, que una herramienta eficaz de cambio. El sistema no se detiene con tu abstención. Solo se reconfigura sin ti o a pesar de ti. Históricamente, las grandes transformaciones democráticas —la ampliación del sufragio, la conquista de derechos civiles, la reforma de instituciones— no fueron producto de la abstención, sino de la participación activa, la presión social y el uso estratégico del voto. Los cambios no se logran desde el vacío, sino desde el involucramiento.

Sí, se puede ser demócrata y abstenerse. Pero solo si se asume con responsabilidad, con estrategia, con conciencia de sus efectos. La mayoría de las veces, sin embargo, la abstención es otra forma de comodidad. De resignación. De vacío. De rendición anticipada… Y eso significa dejar, que decidan por ti.


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Gabriel Torres Espinoza
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