El 30 de agosto, Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, no debería pasar inadvertido en un país donde más de 133 mil personas están desaparecidas. México arrastra una deuda histórica con miles de familias que viven entre la incertidumbre y el duelo suspendido. Pero si el drama nacional es mayúsculo, en Jalisco adquiere proporciones insostenibles.
Con 15 mil 838 personas desaparecidas, Jalisco lidera esta tragedia humana. Guadalajara y Zapopan figuran entre las diez ciudades con más personas no localizadas. La Zona Metropolitana acumula más de 9 mil 500 ausencias que no encuentran justicia ni consuelo. Municipios con apenas 30 mil habitantes reportan hasta mil mujeres desaparecidas. Este patrón no es casual ni aislado. Es estructural y deliberadamente tolerado.
El sistema de justicia muestra señales inequívocas de colapso. Más del 98 por ciento de los casos no han llegado a una sentencia. Las familias, muchas organizadas en colectivos, enfrentan la búsqueda con sus propios recursos, amenazadas por quienes deberían ser investigados. Desde 2011, al menos 22 buscadores han sido asesinados. La impunidad no es una consecuencia sino una política tácita.
Jalisco exhibe una modalidad particularmente grave. Aunque predomina la desaparición cometida por particulares, las policías municipales aparecen involucradas en diversos casos, lo que entorpece cualquier posibilidad de justicia. La cooptación de autoridades por el crimen organizado convierte a las instituciones en parte del problema. Las pocas sentencias obtenidas son una excepción que confirma la regla del encubrimiento.
A pesar de las recomendaciones emitidas por la Comisión Estatal de Derechos Humanos, la respuesta institucional ha sido errática. El Ejecutivo reporta un avance del 86 por ciento, pero la eficacia real es cuestionable. Guadalajara presume cumplimiento total, pero encabeza la lista de desaparecidos. La contradicción es atroz.
El fenómeno de las desapariciones no es una cifra. Es la descomposición de las instituciones que ya no garantiza lo más elemental. Es un espejo roto que refleja cuerpos enterrados, expedientes vacíos y madres cavando fosas. El dolor de Jalisco no solo interpela a sus autoridades. Nos interpela a todos.