¿Cuántas veces has criticado tu actuar del pasado? Es un hábito frecuente, el recriminarnos por decisiones tomadas que hoy nos parecen erróneas. Y decirnos, “debí mejor haber hecho esto otro”.
Nos reclamamos y pensamos que debimos haber hecho cosas más inteligentes o asertivas, nos exigimos retrospectivamente habilidades emocionales que en realidad no estaban a nuestro alcance en nuestro nivel de madurez de épocas pasadas.
Al atravesar procesos de duelo, muchas personas lamentan el no haber pasado más tiempo con sus seres queridos. El no haberles expresado tal o cual sentimiento en formas específicas. O se lamentan de haber respondido con desesperación, molestia o malas reacciones ante conflictos del pasado.
Es una espiral inútil, en donde no importa lo que hubiéramos hecho, la desaprobación hacia el propio actuar está siempre presente. Necesitamos entender que dimos aquello que teníamos para dar; que nuestros seres queridos no esperaban de nosotros perfección, que es imposible cubrir todas las áreas en la capacidad de dar.
Se hace tan importante el dejar de menospreciarnos y soltar esa absurda exigencia de perfección. ¿Que si le respondimos mal a ese ser querido que ya no está? Pues seguramente no tenía un carácter perfecto y en su momento fue también una persona desquiciante. Y no por eso dejamos de amarlo.
Seguramente son muchas más las cosas buenas que le dimos a esa persona, comparadas con los malos momentos, pero nos encanta victimizarnos. Se trata de aceptar a la gente tal cual es y de aceptarnos a nosotros.
Somos una cultura educada bajo el terrible peso de la culpa, siempre pensando que quedamos a deber, que debimos esforzarnos más y hacer cosas que realmente rebasaban nuestras capacidades en el pasado.
Nos programaron bajo una perturbada fantasía de que estamos siempre sujetos a prueba o bajo el escrutinio de algo o de alguien. Hacerlas sentir culpables ha sido siempre la mejor manera de controlar a las personas.
Pero sentirse culpable nunca le ha ayudado a nada a nadie. Un buen propósito para el año que viene, sería deshacernos del estorboso e inservible peso de la culpa. Un peso tan inútil como el intentar ser perfectos.
