Vivimos de día en día. Las preocupaciones al despertar son mundanas. ¿Por donde me voy a ir al trabajo?
¿Con cuanto tiempo deben salir mis hijas para llegar a la escuela a tiempo? ¿Está haciendo frío? ¿Como estará el calor a mediodía?
A medida que nos volvemos viejos se nos va dando más la introspección y las preguntas son otras.
¿Qué he hecho? ¿Qué he logrado? ¿Qué me falta por hacer? La claudicación de nuestros sistemas corporales y la inevitabilidad del fin nos hace ampliar el horizonte de nuestras preguntas y de nuestras dudas.
Un balance similar sucede cuando finaliza el año. Los noticiarios se llenan de las diez -o las veinte o las cien- noticias más importantes del año.
El recuento de lo que sucedió durante la última vuelta al sol de nuestro planeta.
Pero quizá debamos ampliar nuestro horizonte temporal. Dejar de pensar tanto en nuestra pequeña telenovela personal o la pequeña telenovela nacional.
Empezar a pensar como planeta. En términos geológicos. En millones de años. Expandir nuestro contexto.
Hoy estamos sumamente preocupados por el futuro del planeta.
Es justo que lo hagamos y es imperativo que actuemos para enderezar el rumbo que hoy lleva a la humanidad hacia el abismo.
No olvide que la humanidad es también usted y aquellos a quien usted quiere.
Pero si tomamos la perspectiva de los organismos más antiguos -arqueas y bacterias- la Tierra ha sido un sitio relativamente plácido.
Solo para los organismos más modernos -los eucariontes- el planeta tiene una historia catastrófica.
Hoy los humanos, con la alteración extensa que hemos hecho de la atmósfera y de los ecosistemas somos el siguiente cataclismo planetario.
Tan lo somos que ya se evalúa darle a nuestras acciones nombre de etapa geológica: el Antropoceno.
Estudiar la vida del planeta y su historia, sus cambios, tanto los sutiles como los catastróficos es algo que debemos hacer para dar perspectiva a nuestro tiempo y a nuestras acciones.
Para actuar con la urgencia y la profundidad debidas.