Sin duda son días oscuros. Por eso nuestro deber es movernos y mover a los que estén cerca, hacia la luz. Vivimos una paradoja.
Nunca habíamos tenido más artilugios para estar en contacto. Nunca estos artilugios nos habían tenido tan desconectados una del otro.
Quizá usted ya ha experimentado a la persona del círculo familiar que se la pasa toda la reunión fija en la pantalla del celular. Sin decir ni pío.
Para luego poner en el juats familiar lo extraordinario de la velada en la que estuvo ausente. De lo mucho que los quiere aunque nunca lo dijo abiertamente y a la cara.
Sostienen los expertos que esta desconexión prohija soledad. La soledad es la madre de inumerables desórdenes físicos y psíquicos.
Hoy en día la soledad es un factor de riesgo para la salud tan grande como la obesidad o como fumar. Estamos solos pero no tenemos porque estarlo.
Propongo una medida sencilla. Sin ser experto y desde la experiencia personal.
Salir al monte y conectar con la naturaleza. Si es en compañía, mejor.
Tómese un rato y experimente los colores y olores del Cañón de Fernández por ejemplo.
Oiga la música de la corriente borboteante del Nazas y de las aves que aún en invierno llenan el paisaje acústico. Toque, vea, huela, pruebe, oiga.
Tocará, verá, olerá, probará y oirá un mundo antiguo. El mundo en el que surgió nuestra especie.
El mundo en el que todos nuestros ancestros han vivido, reído y llorado por los siglos de los siglos.
Reduzcamos nuestro déficit de naturaleza que, sostengo y sostienen otros, nos genera déficits cognitivos y afectivos importantes.
Propóngase salir al campo de vez en vez o asista a los eventos y paseos que regularmente organizan colectivos como Prodefensa del Nazas.
En la vida diaria, en el ajetreo del horario hábil, encuentre momentos para observar ese insecto o para maravillarse con esa flor que nace en la banqueta. Platíquelo. Conecte.
Que este año estemos menos solas y más conectadas con quienes nos rodean y con el mundo.