Recientemente, he tenido oportunidad de conversar con distintos grupos de personas, todos adultos, algunos en sus veintes, treintas y hasta en sus cincuentas.
Hemos abordado la concepción que se tiene y se tenía respecto a las relaciones de noviazgo y de pareja en las diferentes juventudes.
No es sorpresa que ahora vean con recelo lo que se permitía socialmente antes.
Pasamos de mayor restricción al relajamiento. De padres estrictos con margen de tolerancia reducido, a unos tolerantes, con límites poco claros, o bien, laxos.
Pareciera que la libertad de hoy podría facilitar las relaciones personales, el noviazgo y, eventualmente, el matrimonio.
No obstante, observo que no es así, se entablan relaciones, no precisamente de noviazgo (incluso hay nuevos estadios previos, cuasi noviazgo, con privilegios, pero carentes de responsabilidades y compromisos); hay mayor dificultad para formalizar el noviazgo o contraer matrimonio.
Si se casan, desde el inicio hay más aceptación del divorcio como una etapa de la relación.
La separación parecería una fase natural de la relación de pareja, para “rehacer” su vida. ¿Cómo la “deshicieron”?
Como mercadóloga veo más compleja esta manera de actuar por los daños colaterales que pudiera implicar y el tiempo y la atención necesaria para restablecerse, y luego evitar reincidir más adelante.
Eso sin contar los daños a los hijos, si los hubiera.
La mercadotecnia se basa, primordialmente, en el conocimiento del mercado meta que se pretende atender y desarrollar relaciones de largo plazo, pues un nuevo cliente requiere invertir, tiempo dinero y esfuerzo, por lo que conviene más cuidar a los que se tiene, en lugar de perderlos y reemplazarlos por nuevos.
¿Cómo es que en la vida personal se privilegie la búsqueda de una nueva relación en lugar de elegir bien y desarrollarla?
Ahora somos más fieles a las marcas, lo que facilita nuestras decisiones de compra, ¿Será que nos importa más lo superfluo que lo verdaderamente íntimo y trascendental en la vida del ser humano?
