En 2006 la activista afronorteamericana Tarana Burke, violada y agredida sexualmente cuando niña y adolescente, fundó la organización Me Too y comenzó a usar ese término para ayudar a otras mujeres con experiencias similares, a raíz del encuentro en Alabama con una chica quien le confió que el novio de su madre había abusado sexualmente de ella. Burke contaría que no supo qué decirle entonces, aunque hubiera deseado confortarla con una confesión: “Yo también”. En adelante usaría la frase para hacer conciencia sobre la incesante agresión sexual contra las mujeres en todos los estratos de la sociedad. En octubre de 2017 el término sería convertido en el hashtag #MeToo por Alyssa Milano, luego de las primeras acusaciones de abuso sexual contra Harvey Weinstein. La propia Milano reconocería que el origen del término se debía a Burke y a su “desgarradora y valiente historia”.
Cinco años después de su planetaria propagación, la antropóloga feminista Julie Warkha analizado (Counterpunch/Sin Permiso) el significado, los subtextos, las implicaciones, el éxito y el fracaso del movimiento #Me Too, contrastándolo con su predecesor, el Me Too de Tarana Burke. Los orígenes de los dos movimientos son diferentes aunque provengan de una causa común.
Aquel impulsado por la activista afronorteamericana surge en una situación de pobreza y sobre todo de espíritu comunitario. Lucha contra el racismo sistémico a la vez que contra la violencia hacia las mujeres. “El énfasis de Me Too —escribe— está en el Too (también), mientras que el de #MeToo está en Me (yo)”. Las comunidades pobres y desfavorecidas comprenden que dicha desgracia, extendida a todos sus integrantes, hace de la unidad la única resistencia posible. Su “también” contiene el plural de “nosotras”. Otro pronombre para conjugar el término “comunidad”, énfasis de otra política femenina en el lenguaje.
Fernando Solana Olivares