El futuro está hecho de la misma materia que el presente, observaba Simone Weil. La sustancia del mañana surge ahora. Ante la creciente gravedad del momento histórico (colapso ecológico, crisis democrática, derechización fascista neoliberal, guerras frías y calientes que amagan con conflagraciones nucleares, el perverso imperio decadente que destruirá todo para defender su hegemonía, empobrecimiento y carestía generalizados, tecnologías enajenantes y ruines, más un agobiante etcétera) es necesario aprender de nuevo a pensar. No hay tiempo ya para darnos tiempo: mañana es hoy, está aquí entre nosotros y nos mira.
En el culto a la novedad que caracteriza a Occidente, cuyas raíces profundas son teológicas y sobre todo mercantiles, la educación adoptó la transversalidad como un método pedagógico que aparentemente permite abordar un solo contenido desde varias materias. La SEP ha dispuesto que la filosofía, la lógica, la ética y la estética se impartan como temas transversales. Ese adjetivo designa todo aquello que atraviesa o corta algo por una de sus secciones. Pero también significa lo colateral, lo secundario, lo subordinado. Representa cruzar a través de un espacio y no, en cambio, quedarse lo suficientemente ahí.
La filosofía enseña a pensar, la lógica es su método, la ética aspira a convertirlo en norma de conducta común y la estética dota a la persona de la sensibilidad para lograrlo. Las cuatro disciplinas orgánicamente vinculadas son la trama y la urdimbre, el tejido ancestral que condujo al homo sapiens. Volverlo transversal es deshilacharlo.
Entre las equivocaciones de la 4T (menos de las que sus denostadores histéricamente claman, más de las que sus adeptos acríticamente reconocen) se cuenta esta decisión tecnocrática impuesta por centros de poder trasnacionales. La filosofía, sobrevivencia de lo humano, comprende una elemental obligación política.
Fernando Solana Olivares