Pero antes de la aparición del cometa de 1680-81 y la polémica que desató en la corte virreinal, un hombre significativo para la historia nació en Atitaliquia, Arzobispado de México, hacia 1596.
Su nombre fue Diego Rodríguez, a quien, más tarde, se le conocería con el título de Fray.
Sus padres eran cristianos viejos, aunque carecían de poder. No obstante, el hijo estudió gramática en la capital Novohispana. Entró luego en la Orden de la Merced y profesó el 8 de abril de 1613.
Mostró interés en el estudio de las matemáticas. Con el paso del tiempo, erigió una cátedra universitaria de astrología y matemáticas. En 1637, recibió el nombramiento de Catedrático de Matemáticas por el virrey marqués de Cadereyta.
En su cátedra, introdujo los (difíciles y novedosos) estudios de astronomía, trigonometría, geometría, álgebra y cosmografía.
A lo largo de 30 años, diseminó las ideas de Copérnico, Kepler, Tartaglia, Bombelli y Stevin, entre otros, en la Universidad de México.
Según el historiador Elías Trabulse, Fray Diego Rodríguez fue el primero en introducir en las colonias españolas en América las ideas de la modernidad científica.
Su más célebre alumno iba a ser el cosmógrafo y topógrafo real, Carlos de Sigüenza y Góngora.
Fray Diego Rodríguez también observó los cometas en el cielo y en 1652 escribió Discurso Etheorológico, obra en que describe el cometa “visto en el Hemisferio Mexicano y generalmente en todo el mundo en 1652”.
En este tratado, Fray Diego parte de una visión tradicionalista de los cometas, casi alegórica, dotada de lógica y belleza.
Dice que Luciano apunta en sus diálogos y Ovidio “en el primero de sus Metamorfoseos” que el altivo y magnánimo Faetón, siendo hijo de Apolo, dios del Sol, y de la Ninfa Climene, deidad del agua, recibió agravios de Epaso, hijo de Júpiter y de la Diosa Yo.
Faetón, siendo llamado mal nacido y bastardo, buscó a su padre, quien lo reconoció por hijo e infundió con sus palabras una nueva altivez en su vástago, “de pasear su hidalguía por el cielo, que la que no es ostentada y pregonada desmerece en la vanidad por clandestina”.
El hijo le pidió a su padre su carro y caballos de fuego por un día “para afirmar su principado”, y el padre, quien juzgó prudente reusarse pero que también temió la furia del hijo, condescendió y adiestró a su hijo en el manejo de aquella ardiente caballería.
Sin embargo, “apenas los fogosos animales sintieron la liviandad y descamino del novel jinete, cuando el freno en los dientes, desenfrenados lo precipitaron”.
“Deshecho en piezas el carro y sembrado el aire de rayos y chispas por espumas, cayó Faetón en el Río Eridano por templarse, muriendo abrasado sin quedar escaldado”.
Partiendo de este mito, dice Fray Diego Rodríguez que hay en el cielo fenómenos de “una apariencia comética al modo de estrellas, que de nuevo nacen y se ven en el aire o en el cielo por algún tiempo”, que son de color blanco y negro, y se les llama cometas.
Los cometas arrojan “de sí alguna luz vaga y larga como cabellera y madeja hacia alguna parte” y nunca permanecen fijos.
De esta manera, el mito de los carros del sol describiría la naturaleza de los cometas, pues un cometa correspondería a Faetón quien, altivo y soberbio, vaga en el cielo, veloz, precipitado en su curso, descaminado del camino de su padre el Sol y chorreando agua, elemento que le heredó su madre.
Casi tres décadas más tarde, Sigüenza y Góngora continuó el estudio de los cometas iniciado por Fray Diego, dando cause a una tradición de estudio cada vez más orientada a la observación científica y que dejaba atrás lo meramente figurativo.
Pero Sigüenza y Góngora iba a caer como un Faetón en el cielo de la corte virreinal después de la llegada de Kino. Sus argumentos caerían como un rayo de luz comética, con greñas blancas extendiéndose, a sus espaldas, sobre la noche radiográfica del cielo.