Las redes sociales promueven la copia de un mismo instante. El mismo audio, el mismo baile, diferente actor: un video reenviado hasta perder todo vínculo con el original.
Por ello me pregunto: ¿hemos olvidado lo que es precisamente el “vivir único”, radicalmente subjetivo, ese que cifra el misterio de “una sola vez”?
Pensaba en el tema al ver de nuevo “Goitia, un dios para sí mismo” (1989), de Diego López Rivera, sobre el artista de Fresnillo, Zacatecas.
La cinta nos presenta a un pintor en constante lucha por plasmar instantes irrepetibles que, paradójicamente, lo persiguen.
Podríamos decir que Goitia sufría, por eso, de un exceso de conocimiento: no solo de sí mismo, sino del tiempo que le tocó vivir.
Hacia 1914, justo antes de la batalla de Zacatecas, Goitia solicitó ingresar en las filas de la División del Norte.
Villa quiso darle un fusil y municiones. No obstante, fue Felipe Ángeles quien lo declaró secretario y escribiente de su oficialidad.
Goitia dibujó y pintó las batallas, la violencia y la muerte, los cuerpos en descomposición. Es impresionante ver su serie de ahorcados, columpiándose en los árboles por el empuje del viento.
A diferencia de Diego Rivera, Goitia nos mostró la devastación de aquella lucha entre hermanos “en tiempo real”.
El filme me hizo reflexionar sobre la pintura y lo que ofrece al mundo concreto.
A diferencia de la fotografía —que recorta la realidad—, la pintura es una imagen extraída de la mente de un artista.
Es una copia interior, como si pudiéramos ver por una ventana hacia su mundo subjetivo, paralelo al nuestro.
Es una forma extrema de experimentar, de conocer y de mostrar.
Y vuelvo a las redes sociales. ¿Serían “antipintura”?
En las redes sociales el instante pasa de mano en mano. Es unificado por el diseño de la plataforma, por el algoritmo y el clic.
Allí, los gestos se repiten, los sonidos se reciclan, las emociones entran en un molde. Y, sin embargo, creemos expresar un mensaje.
¿No confundimos visibilidad con experiencia? ¿Conocimiento con parecer? Si la respuesta es sí, estamos ante una forma de desconocimiento.
La pintura no tiene versión 2.0. Un cuadro no se actualiza. No se mejora ni se reemplaza.
Es. Y es suficiente.
Tal vez por eso ahora pertenece a otro mundo, porque no se puede editar ni admite corrección.
Goitia no nos impone su dolor, solo lo expone. Y miramos su obra, sin advertencia.
En el filme —que recomiendo ampliamente—, su obra es un espejo roto, un instante verdadero que corta.
Y como él, me pregunto: ¿qué imágenes llevamos dentro? ¿Seríamos capaces de pintarlas? Paradójicamente, quizá lleguemos a publicar esta respuesta en las redes.