El mundo de Beth Harmon está lleno de trauma en la serie especial, producida por Netfilx, The Queen’s Gambit.
Beth sobrevive a un accidente automovilístico en el cual muere su madre.
La niña Beth sobrevive como un milagro. Aquellos que la encuentran dicen, vamos a ver si ella lo ve de la misma manera.
Ingresa en un orfanato del profundo Kentucky. Vive allí con otros niños que esperan ser elegidos por padres deseosos.
Los niños y ella —como en aquella manicomia sala de One Few Over the Cuckoo’s Nest de Jack Nickolson— reciben diariamente medicamentos que modulan el estado de la mente y controlan el filo de la personalidad.
Las píldoras verdes de la serie corresponderían, según un artículo de Esquire, al antidepresivo y ansiolítico benzodiazepina, muy popular en los 60 y que décadas más tarde se reconoció por sus cualidades altamente adictivas.
Se le llegó a conocer, por su efecto en los niños, como el “pequeño ayudante de mamá”.
Beth utiliza el efecto de las pastillas verdes y visualiza el mundo del ajedrez en el techo de un insomnio lúcido.
La niña experimenta alucinaciones, las cuales se convierten en su biblioteca; y las pastillas, la llave para entrar.
La niña, desde esa temprana edad, desarrolla una dependencia del medicamento y, más tarde, del alcohol.
Pero son precisamente el caos de las drogas y su efecto de ensanchar la mente los elementos que la ayudan a sobrevivir y a ganar en el ajedrez.
Hay secuencias que por medio de la música y la disposición de las imágenes enfatizan el aspecto positivo del consumo de este ayudador materno.
Inclusive Alma, la madre adoptiva de Beth, encarna esta licencia de automedicarse para lidiar con la realidad, alejada de la melancolía y la inmovilidad.
Sospecho que a esta capacidad lúdica y a veces hasta inocente de autocomplacencia ha motivado el éxito de la serie.
El espectador que se descubre atrapado (quizá inconscientemente) en la contradicción de los beneficios y perjuicios de una adicción percibe que los personajes en la pantalla parecen estar liberados de esta responsabilidad.
Los personajes proporcionan al espectador la oportunidad de interactuar con su sombra; es decir, con los aspectos negativos del ser que no son reconocidos como propios y que, por lo mismo, no han sido integrados.
La sombra, en la teoría psicoanalítica de Carl Jung, equivaldría al inconsciente.
En la pantalla, Beth y Alma proyectan una sombra y, al aceptarla, el espectador experimenta una ilusión de unidad consigo mismo; el espectador contempla, por medio de ellas, la integración de su propia oscuridad.
El juego de la serie es en definitiva entre el blanco y el oscuro, pero en otro sentido.