Cultura

Como salidos del polvo

  • 30-30
  • Como salidos del polvo
  • Fernando Fabio Sánchez

A una hora de camino, vi una camioneta que salía del carril contrario y daba vueltas sobre el terreno que dividía las dos carreteras, levantando una nube de espeso polvo color ladrillo.

¿Era aquello real?, me pregunté en estado de shock.

Claro que lo era, y de inmediato me orillé sobre la tierra, a unos metros de la camioneta. Luego, salí corriendo para brindar auxilio.

Del otro lado de la carretera, una mujer también se había detenido. 

Es posible que fuera quien venía justo detrás. Había visto lo mismo que yo, pero desde una perspectiva diferente.

La camioneta estaba volcada sobre el polvo y las hierbas. 

La cabina se había comprimido al dar las vueltas.

Telarañas habían invadido el parabrisas roto. Se distinguía apenas una banda entre los fierros retorcidos.

Al reconocer los daños, imaginé el estado de los pasajeros. Esperaba lo más grave.

Hace unos años, había visto el mismo accidente en el norte de Chihuahua. Los efectos fueron catastróficos. Narré mi experiencia en la columna titulada “Una escena de piedad en la carretera”, en diciembre de 2017.

Un hombre llegó casi al mismo tiempo. Los dos nos dirigimos hacia la ventanilla del conductor, bloqueada por la bolsa de aire que había estallado.

Fui hacia la puerta trasera e intenté abrirla: se abrió. Algunos objetos salieron del auto. Pero la camioneta estaba tan hundida que no se podía entrar por allí.

Rodeé la camioneta y abrí la puerta delantera: también estaba bloqueada por la bolsa de seguridad.

Empezaron a oírse voces, a manifestarse movimientos, pero aún nada claro sobre las condiciones de los pasajeros.

Entonces jalé la palanca y abrí la puerta trasera de ese lado. 

Al adentrarme, encontré unos ojos humanos: una mirada ilesa, sin expresión de dolor, que encontraba alivio en la presencia de otro ser humano.

Era una mujer que gateaba sobre el techo de la cabina, dirigiéndose a la puerta, como quien emerge de una cueva hacia la luz.

En poco tiempo, salieron tres mujeres, mientras buscaban entre el caos de objetos y tierra los controles de las cocheras, los teléfonos y las llaves.

Era una madre y sus dos hijas. Estaban intactas, un poco aterradas, pero al fin tranquilas, como si acabaran de salir de casa.

No podía creerlo. Esta vez había sido distinto que en aquellos hechos en Chihuahua. Esta vez nada irremediable había pasado.

Luego de asistirla a juntar sus cosas, me acerqué a la madre y le dije, me alegra mucho que nada te haya pasado. 

Luego la abracé. Ella sonrió. Sabía que, pese al desastre, había recibido la gracia de la vida, una oportunidad más.

Yo sentí lo mismo cuando vi que llegaban los bomberos y las ambulancias y luego me alejé.

Era el domingo 15 de junio y apenas comenzaba una ruta de más de veinte horas hacia el norte de los Estados Unidos.

Aquella sensación me acompañó durante todo el trayecto, cruzando el desierto y luego las montañas, como una vibración mágica.

Confirmaba que hay preguntas que ofrecen dos respuestas distintas, dependiendo del instante, y que los desconocidos, salidos del polvo, suelen entregarte esas respuestas.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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