La constante incorporación de lo mexicano en la cultura de masas producida en los Estados Unidos llega a un punto significativo en el filme animado Coco (2017). La obra de Pixar presenta el mundo de los vivos y de los muertos, y parece ser que éstos llegan al espectador sin una modificación que los haga comprensibles a una audiencia anglosajona.
Lo mexicano nos llega tal como los mexicanos nos percibimos a nosotros mismos y no como nos ve “el otro”.
Esto incluye las constantes referencias a la cinematografía de las décadas de 1940 y 1950, y la idea del campo, la música y las tradiciones creadas en estas cintas.
Los elementos de esta imaginación nacional aparecen insertos en un ambiente de estructuras arquitectónicas también representativas de glorias pasadas, como el Art Deco y la hibridez del Palacio de Correos de la Ciudad de México, y en modos actuales de conmemorar el Día de muertos (como las caritas pintadas de muerte), así como en la obsesión popular por Frida Kahlo y en la imaginación delirante de los alebrijes.
Pero lo más importante es que en Coco encontramos la (re)presentación del llamado espiritualismo mexicano (en contraste con el pragmatismo anglosajón). En el filme, Miguel tiene que ganarse la bendición familiar para poder ser fiel a sus talentos. Al buscar este apoyo de su clan, restituye la memoria de aquellos que lo precedieron y con ello reestablece la justicia en la comunidad en que vive. Lo importante no es el dinero ni el éxito, sino la justicia personal y colectiva.
La personaje Coco es el centro de esta historia. Si ella muere, su padre será olvidado para siempre, y si su padre es olvidado, la justicia nunca llegará.
Esta fábula llega en los Estados Unidos en un momento de tensión entre un nacionalismo nativista y los progresistas urbanos que han aceptado la diversidad. La ironía es que esta fábula es posible por las convicciones de ese sector de la población estadounidense.
Y, aunque habla de México con elementos mexicanos, siento que no es representativa de nuestra exigencia histórica.
La justicia sigue siendo para nosotros un asunto de la imaginación. Está en el mundo de los muertos; en el de los vivos aún no ha llegado por completo.
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