Política

Manifiesto

Emulo a Millás y permítaseme convocar aquí a que convirtamos la duda en una forma de disidencia, el compulsar, cotejar, en una forma de disidencia, el rigor en una forma de disidencia, la responsabilidad en una forma de disidencia, la libertad de expresarnos en una forma de disidencia, la ironía en una forma de disidencia, la cordura en una forma de disidencia, la tolerancia en una forma de disidencia, la empatía en una forma de disidencia, la ciudadanía en una forma de disidencia…

Hay tan contadas formas de disidencia que parecen nulas. Se esfuma el disidente a la velocidad con la que desaparece un colibrí por un ventanal. El país es ya un polvorín con mezcla de trozos de polarización, prejuicios y resentimientos de clase con los que se cargan las armas de odio para un deseado, convocado, hasta emplazado estallido. Ese tigre que nos acecha.

Las cifras y proyecciones que avizoran los organismos nacionales e internacionales sobre la recesión económica, la dispersión de la pobreza y la violencia pasan volando en los medios y plataformas digitales casi como colibríes sin que nadie se detenga a retenerlas o siquiera atraparlas para mayores estudios, propuestas, consensos y acciones públicas.

Salvo el anuncio desde el Palacio Nacional —de suyo hilarante—, que nos quiso advertir de una supuesta intentona de unos supuestos opositores preocupados por la situación del país y deseosos de agruparse en un gran bloque y, con ello, oponerse a los mismos que hicieron todo por denunciarlos, no se sabe aún de ningún político u oposición organizada que —ya sin falsas ironías—, se esté cortando las venas ante el panorama que se nos viene.

Han estado más prestos a estridencias para desentenderse del supuesto gran bloque opositor que para sumarse, si es que lo hubiese. En todo caso, eso tiene de disidente lo que de cuarta la transformación.

Ahora mismo, la transformación —con sus supuestos opositores o sin ellos—, es una máquina de normalizar el malestar, la penuria, el acoso, la discriminación, la impunidad, el crimen, la mentira. Ahora, la norma pretende que seamos crédulos normales, prejuicioso normales, irreflexivos normales, irrazonables normales, dependientes normales, intransigentes normales, atribulados normales, egocéntricos normales, vasallos normales.

Bien nos dice Juan José Millás que hay que resucitar las viejas formas de disidencia o encontrar otras nuevas allá donde aparezca un germen de conflicto. Y no deberíamos permanecer callados ante tanta violencia organizada y la que se organiza cada día más.

Emulemos a Millás y convoquémonos a disentir. Seamos, por ejemplo, esa disidencia que reflexiona amplia, aún con gracia complaciente, sobre las propiedades del poder, de su diverso lenguaje, de su uso y el abuso que hacen de él quienes no lo conocen y lo deshonran, de quienes lo exaltan sin escrúpulo alguno. O de quienes, tercos, lo azuzan para polarizar.

Más que una convocatoria, estoy pensando en un manifiesto, una nueva ruta para concebir, escribir y ejercer nuestro oficio de ciudadanía. Esto es que, entre pares ciudadanos, cuidemos el lenguaje, escojamos la palabra justa no solo para señalar e intentar trastocar la realidad, sino más bien para buscar acercarnos a los hechos, cotejarlos. Y terminar por comunicar sobre los seres con vida que somos y las cosas que nos acompañan en este tiempo, pero con la sutileza y gracia de quien delibera, no de quien se impone.


@fdelcollado


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Fernando del Collado
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