La cuestión no es la baja en la aprobación del Presidente. Lo que importa es la manera cómo actúa frente a los desafíos. Como se dice, cabecea para donde viene el golpe. La actitud frente a las víctimas de la violencia, los feminicidios, el reclamo feminista y en estos días la crisis por el Covid-19 y su efecto en la economía lo muestra carente de reflejos, desinformado, sin sentido de empatía y en ocasiones molesto y, sobre todo, voluntarioso.
Algo debe de estar pasando en su círculo cercano. Los halcones están ganando terreno en la comunicación, en la economía y en la respuesta por el coronavirus. En este último caso se entiende que el Presidente no quiera activar alertas innecesarias, pero de la mano del subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, está asumiendo una actitud preocupante por su pasividad e indolencia.
López-Gatell es el favorito desde la crisis de medicamentos. Al Presidente le hacía falta quien comunicara con convicción y sin escrúpulos. Lo encontró en él, un experto epidemiólogo que casi fue echado por el presidente Felipe Calderón por omisión en la crisis del H1N1 en 2009, según narró Raymundo Rivapalacio. El subsecretario juega a la política y manipula al Presidente y a quien le escucha. Dos casos lo muestran: cuando responde que México podría ser favorecido por el bloqueo de Trump a los vuelos entre su país y Europa, y aludir irresponsablemente a los melosos e incontenibles abrazos del Presidente y la gente. Ante la presión de los expertos ahora matiza su postura inicial.
El Presidente se ve reafirmado en sus errores porque en su círculo han prevalecido los que explotan sus debilidades mayores, como es su sentimiento de amenaza. Así, por ejemplo, sin ambages el Presidente refiere que casi todos los medios son hostiles a él, señalamiento evidentemente falso, porque es justo lo contrario. Pero el Presidente lo cree porque presta oído a quien le dice lo que quiere escuchar, incluso el disparate de que los conservadores pretenden que el Covid-19 se extienda para así afectar a su gobierno.
El Presidente obtiene de los empresarios lo que quiere, pero no lo que necesita. Éstos, en su mayoría, como con todos los presidentes, y más con quien utiliza los instrumentos del Estado para amedrentar, se muestran obsequiosos. Si el Presidente necesita aplauso y reconocimiento de ellos los obtendrá sin reserva. Sin embargo, lo que se requiere para que no naufrague la 4T es inversión y para ello se necesita lo que AMLO no puede ofrecer: confianza y certeza.
La crisis económica va a significar que el primer tercio del gobierno tenga las peores cifras de mucho tiempo y esto bien puede prolongarse hasta la mitad. Lo que venga después será inercial, incluso la modesta recuperación. En materia de inseguridad a lo que se puede aspirar es a que ya no crezca la criminalidad. Si pretende acabar con la corrupción a partir de baladronadas y prédicas moralistas, se va por mal camino, sobre todo si se desmantelan las instituciones y reglas para contener la venalidad.
López Obrador como candidato iba al frente de una sociedad indignada, demandante de cambio. Obtuvo un mandato democrático mayoritario, contundente e inobjetable. Después de 21 meses de la elección la sociedad va muy por delante del Presidente y exige respuestas que el mandatario no está ofreciendo; la iniciativa preventiva contra el Covid-19 viene de la sociedad no del gobierno.
Si quiere hacer algo por sí mismo, por su gobierno y por el país, el Presidente deberá prestar más atención a quienes recomiendan un ajuste liberal y progresista. Los hay en su gobierno y en su círculo cercano. De otra manera, la pretensión de dejar un registro trascendente en la historia habrá de ocurrir, pero por las malas razones, y más pronto si deja abandonado al país frente a la amenaza más severa de salud pública.
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