Cuando uno creía haberlo visto todo sobre violencia, robos y asesinatos en el estado de Puebla, un nuevo caso impacta las redacciones de los medios la tarde de ayer.
El asesinato del obrero en Volkswagen no es un caso cualquiera. Se ha convertido en un delito para estudio por las condiciones en las que se lleva a cabo.
Lo matan bajo el techo de la planta armadora alemana, en el turno de la madrugada y con cámaras de seguridad en los pasillos. Le destrozan el rostro dejando huellas del hecho por doquier, con paredes ensangrentadas y restos del asesinado que queda en una silla con los pantalones abajo, como si se tratara de una clásica escena de Quentin Tarantino.
Y digo que ya es un caso a estudiarse porque poco les importó o le importó al agresor ser reconocido y bajo las circunstancias en las que cometió el asesinato.
Por la manera sádica en la que queda el cuerpo, se presume, se especula inmediatamente, sobre un crimen pasional. No puede ser de otra manera. El odio es, y las imágenes a las que tuve acceso lo colocan así, el protagonista principal de la sanguinaria acción.
Lo matan alrededor de las cuatro de la mañana en la Nave 2 de la planta automotriz y hasta el momento sólo es identificado como "Érick", de 39 años de edad.
No interviene la policía. Los únicos que ingresan a la escena del crimen de manera directa son, empleados de la planta y los peritos.
Hay sospechas de haber sido atacado sexualmente. Sin embargo, esto debe determinarse con la necropsia que por ley aplican. El arma, hasta el momento, una herramienta de trabajo.
Es uno de esos casos que será llevado a proceso bajo el nuevo sistema de justicia penal, por lo que los medios daremos cuenta de los detalles, imaginando desde ahora un sinfín de motivos por parte del asesino y en una escena del crimen sui géneris al tratarse de una de las empresas más emblemáticas (y monitoreadas en circuito cerrado) del planeta. Como novela de Michael Crichton. No, de Agatha Christie.
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