El Diario de Yucatán llegaba todos los días al atardecer, por tren desde Mérida a San Pedro Balancán, en el extremo oriental de Tabasco, casi en la frontera con el Petén de Guatemala.
Era prácticamente nuestro único contacto con el mundo exterior. Transcurría el año de 1974. San Pedro tenía categoría de paradero para el Ferrocarril del Sureste; o sea: se detenía escasos minutos, durante los cuales uno de los empleados ferrocarrileros gritaba poniendo en venta la media docena de ejemplares que nos apresurábamos a comprar, riendo cada tarde la pícara referencia de costumbre.
Al lado del pequeño poblado de San Pedro estaba el campamento de la Comisión del Grijalva, una de las 14 que tenía la Secretaría de Recursos Hidráulicos, ahora lamentablemente extinta, para el desarrollo integral de esas grandes cuencas del país.
En el oriente de Tabasco la Comisión del Grijalva estaba desarrollando el Proyecto Balancán-Tenosique: que comprendía aspectos agrarios, cultivos de ciclo corto en los pequeños espacios apropiados, ganadería de corral y principalmente reforestación con especies maderables, específicamente cedro y caoba, de manera alternada, para evitar la propagación del gusano cogollero; y aplicar el sistema TAUNGYA, desarrollado en las plantaciones de la Península Indochina.
El cedro del Sureste no es la misma especie que el cedro de Líbano; sino el cedro rojo (cedrella mexicana) que produce una madera preciosa muy apreciada en ebanistería de lujo, al igual que la caoba.
El sistema taungya consiste en plantar cultivos de ciclo corto, principalmente hortalizas, en los desmontes y suelos degradados en los primeros dos años, mientras crecen los arbolitos de la nueva plantación.
El cogollero devora las copas de los árboles, que se reponen echando muchas ramas, lo cual no es inconveniente en términos ecológicos, pero sí reduce el aprovechamiento maderable del tronco.
En todo caso: quienes estamos preocupados, y hasta ocupados, por la sana preservación del planeta y de la humanidad que lo habita, debemos tener presente que el conservacionismo cerrado no es la mejor estrategia ecológica, sino que tiene que evolucionar hacia la replantación persistente y sistemática.
La vegetación, que es la base de la vida en el planeta, es esencialmente efímera. Por lo mismo, debe estar en continua reposición: esa es la esencia de la verdadera ecología.
Nos escandalizamos de las bárbaras deforestaciones de la Amazonia, o de los canallas talamontes de algunas regiones de nuestro país, como en Michoacán, Guerrero, Chiapas o Tabasco. Con toda razón.
Poco reflexionamos que la Europa mediterránea o el Medio Oriente tienen más de 7 mil años deforestados por el cultivo sistemático de cereales.
Replantar, replantar, replantar: debe ser la consigna persistente para la sobrevivencia en el planeta.
Deseable será que logre cuajar un gran proyecto norte-centroamericano de intensa reforestación, aun conscientes de que hasta las fallas y defectos en su instrumentación también contribuirán al rejuvenecimiento repetido de nuestro espacio vital: el de todos. Sólo el verde en crecimiento limpia el aire que respiramos: esa es la vida. Así decía el Diario.
Esteban Garaiz