Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres (y mujeres) de buena voluntad”.
En Belén, pueblito cercano a Jerusalén en la tierra Palestina, no había ni hay pinos o abetos; sí había establos con pesebres. Las coníferas requieren espacios con mayor altitud y latitud.
El poderoso rey Salomón, hijo de David, contó con el apoyo de Hiram, su vecino del norte, rey del Líbano, para la construcción del majestuoso templo de Jerusalén; le proporcionó preciosa madera de cedro de sus montañas, allá por el siglo IX antes de la era cristiana.
El cedro, majestuoso, es el símbolo del Líbano, y luce en su bandera nacional.
Dice el apóstol San Lucas que José Bar David el galileo llegó, para ser censado, según el decreto del gobernador romano Cirenio, “a la ciudad de David que se llama Belén, por cuanto era él de la casa y familia de David… y aconteció que estando con María, su mujer, se cumplieron los días de parto; y dio a luz a su hijo y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón”.
Todas las iglesias cristianas orientales, las más antiguas: la ortodoxa griega, la maronita del Líbano, la copta de Egipto y Etiopía, la rusa cirílica, la búlgara, la armenia y demás, celebran el 6 de enero el nacimiento de Jesús en Belén.
Las iglesias occidentales: la católica y las evangélicas acercan la celebración navideña al solsticio de invierno, fecha en la que, en la Europa Noroccidental se festejaba el día de Thor, el dios germánico del árbol (no es la única ocasión en que la Iglesia, como otras, superpone una celebración pagana con una propia).
En la liturgia católica, como se sabe, se dedica el 6 de enero para la Epifanía: Manifestación de los magos de oriente, que vieron la estrella y por ella se guiaron hasta el establo de Belén.
Los nombres que les atribuye la tradición: Melchor, Gaspar y Baltasar son, sin la menor duda, nombres del Oriente babilónico: la tierra originaria de la astronomía y de la astrologìa.
(Por cierto, coincidentemente este 21 de diciembre se han conjuntado los astros de Júpiter y Saturno, ocasionando una especial luminosidad sobre la Tierra, que para los astrólogos ha significado “la Estrella de Belén”: comienzo de la nueva era de Acuario).
Como es igualmente conocido, fue Francisco, el hermanito de Asís (ahora nuevamente recordado por el Papa en su encíclica Fratelli Tutti) el que inició por allá de 1220 la bellísima tradición en los países latinos del nacimiento con figuritas de barro, portal, musgo y demás figuras, según la fecunda creatividad de cada hogar.
Esa misma creatividad piadosa trajo a América, por los frailes misioneros, la conmovedora tradición de las posadas, en tierno recuerdo del camino de Belén (hoy en algunos casos degenerada en pachanga; y encima este año comprimida por la pandemia).
En efecto, las autoridades sanitarias, y las mismas jerarquías religiosas, han encauzado, paradójicamente, pero con toda sensatez, la fraternidad humana hacia la sana distancia: hacia la fraterna separación, contra todo instinto de acercamiento físico.
Pronto nos abrazaremos.