El ambiente político en Jalisco se ha tornado más ríspido debido, en gran parte, a la manera en que el gobernador ha radicalizado su postura en la defensa de su administración, de la que depende sus aspiraciones electorales. Alfaro y su grupo político, con cuotas y cuates, ha logrado permear en diversos espacios de la esfera pública para consolidar su proyecto político y afianzarse en el futuro. La búsqueda y conquista del poder político es la base de la dinámica de partidos y el propio ejercicio de gobierno, pero hasta para eso deben existir reglas que eviten la concentración del poder y con esto el abuso en el ejercicio de los mandatos.
La historia de la modernidad tiene mucho de sentido en la lucha por separar y equilibrar el control de las decisiones colectivas, en desconfiar de quien encabeza el gobierno y prevenir que lo tome para sí, por eso es que debe garantizar el pluralismo y la participación efectiva de quienes no comparten el punto de vista de quien detenta el poder.
El gobernador se ha radicalizado a tal punto de llevar su discurso a dividir a la ciudadanía y retomar sus fueros ante sus aliados y convertirlos en sus subordinados para que cierren filas en torno a él. No a su gobierno o su proyecto, ni a la estabilidad del estado, a él.
El gobernador ha radicalizado su discurso hasta demostrar rasgos de autoritarismo que se pueden notar en cómo ha conducido su administración y la relación que mantiene con otros agentes, basta con enumerar algunos ejemplos.
Su gobierno se ha caracterizado por impulsar proyectos polémicos con señalamientos de corrupción y ha usado al Congreso para limpiar posibles anomalías, como el programa A toda máquina y el Fondo COVID son claros. El manejo de las finanzas se ha deteriorado a tal manera que hay subejercicios por 6 mil millones de pesos, los mismos que pidió para endeudar al estado y que todos tardaremos décadas en pagar y de la que busca más deuda.
El gobierno de Alfaro ha rechazado la crisis de derechos humanos que claman miles de familiares de desaparecidos y sigue negando que Jalisco es una fosa abierta. Su incapacidad por instrumentar políticas que garantizar la seguridad de todos y la cerrazón ante la indolencia y los reclamos ofenden y lastiman.
El gobierno de Alfaro busca imponer un pensamiento único donde no haya más voz que la suya, su relación con otros poderes, municipios, partidos y agentes exige sumisión y silencio a cambio de recursos y apoyos que simplemente no son de él y debe garantizarlos. Un gobierno que desconoce la división de poderes y el equilibrio democrático basado en el diálogo está lejos de prosperar. No se puede gobernar con la base del miedo y del amago.
El gobernador se ha radicalizado a tal punto de catalogar como enemigos a todos aquellos que no comparten su visión y llamar a cerrar filas a sus leales para defender la verdad. Son términos belicistas que en nada ayudan a un estado democrático, términos peligrosos que nos dicen mucho de sí. Cerrar filas no es defenderse, sino aislarse, levantar un muro sin puertas ni ventanas para ver más allá de lo que nos cubre, pero oscurece. Y es peor si se hace para defender la verdad, porque quien tiene la verdad, la defiende y la aplica sin miramientos está completamente equivocado.
El gobernador que llegó a su cargo de la mano de un movimiento ciudadano se cierra y se encierra en torno a sí, no solo no escucha, sino que busca acallar a los que tenemos el legítimo derecho de cuestionarle cómo es que dirige el estado. El gobernador rechaza la capacidad de la población de organizarse y es por eso por lo que se está quedando solo y atrincherado mientras miles de voces lo rodean para exigir lo que debe hacer, ejercer el poder con responsabilidad, escuchar las demandas de la gente, atender sus necesidades y nunca jugar con el futuro de los jaliscienses.
Ernesto Gutiérrez
