Roland Barthes era apodado “el amante que esperaba” y, mientras tanto, le sucedía lo fundamental de la experiencia amorosa. Sin embargo, antes de él sobrevinieron varios, entre ellos Mijaíl Kuzmín (1872-1936), poeta que escribió en prosa su obra más representativa. Como buen practicante de la religión cismática veneraba las culturas griega, egipcia y romana.
Para leer sobre cualquier tema romántico que con certeza ya comentaron otros, remontarse a los clásicos parece imprescindible. Hay una historia de romance homosexual que antecede toda narración. Originalmente eran fábulas, mitos sobre deidades, mortales y bestias que enfrentaban el destino. “En el siglo XV ya estaba sólidamente establecida la idea de que la amistad entre Aquiles y Patroclo (…) era un amor sodomita”, afirma Kuzmín.
Alas (editorial Akal), escrita con el argot ruso que cautiva desde Aleksandr Pushkin, fue “la primera novela homosexual rusa” y sin embargo eso tiene poca importancia dado que en ningún capítulo parece sustancial. Aquella vida desordenada que lleva el joven huérfano Vania la interrumpe un aristócrata quien devendrá su anhelo. No resulta vulgarmente lujurioso: adora la belleza. En esta obra acaece una lucha.
Kuzmín insinúa el tema, con discreción enhebra el relato, va matizando el romance que podría pasar inadvertido. La homosexualidad de Vania se deja entrever como repulsión hacia una mujer que intenta seducirlo e ignora que prefiere tener compañía masculina. Contextualizando de forma histórica, en la Rusia de aquella época declararse gay implicaba quedar a merced del régimen, que lo proclamaba antinatural.
La fundación en defensa para los derechos LGTB surgió en 1966 y Kuzmín muere 30 años antes. El inconveniente no debe residir en el género, pues demostrar de forma legítima un afecto habría de limitar las explicaciones morales en contra.
@erandicerbon