Cuando surge un amor casi filial hacia las mascotas hay autores que lo expresan escribiendo, como Soy un gato de Nautsume Soseki, Un pedigrí de Patrick Modiano o Mi gato Auticko de Bohumil Hrabal, que en común revelan historias mediante animales. La perra de mi vida, publicada por Claude Duneton (1935-2012), es otro pilar que sostiene el polifacético trabajo del escritor cuya trayectoria incluye la actuación. Hizo apariciones en Tres colores y La pasión de Beatriz.
Como los elementos que utiliza en otros libros, Duneton parece arraigarse a una erudición que rinde pleitesía al idioma, pero también homenajea expresiones populares. El can que protagoniza esta novela se llama Rita y retrocede al hombre hacia su infancia: rescata a aquel niño que fue y cuenta su infinito amor por algo provisional. Sin embargo, la trama no alude únicamente a Rita: se remonta hasta los padres y el pueblo natal.
Duneton “aprovecha la coyuntura de hostilidades” y madura junto con ellas, presentes en cada episodio. Elude cualquier complicación del lenguaje y resulta sencillo, claro. Estar o no con la perra deviene una medida temporal. El asunto tiene gracia, aunque hay ferocidad en la naturaleza del animal: puede aniquilarse, siendo una alegoría del comportamiento humano.
El buen escritor se descubre cuando es capaz de comunicar lo extenso acotadamente. Duneton marca el ritmo cotidiano, abarcándole en breve y aun así profundiza. Más allá de un texto especializado como aquellos que elabora, con sujeto histórico y antecedentes que necesitan conocimiento de causa, recuerda; porque carecer de referencias implica perder la memoria. Convierte su miseria en paraíso perdido. Experimenta la crueldad del mundo y vivió para contarla.
Por Erandi Cerbón Gómez
@erandicerbon