Política

Harvard y la batalla por la autoridad

Autoridad y verdad son dos caras de una misma moneda. El principio de autoridad es clave para definir si algo es verdad o es mentira. Un Dios, por ejemplo. Una ley científica. Un fenómeno social o político. Un desarrollo tecnológico. Consideramos que algo es verdad porque alguien con prestigio, credibilidad y autoridad lo sostiene. Por eso hay libros sagrados u obras que son la verdad revelada. Es posible remontarnos incluso a cuando decíamos: sí, sí es vedad… lo vi en el periódico o lo dijo el maestro en clase. Es indudable que filosóficamente un hecho verdadero existe independientemente de su defensor, pero en la realidad la verdad se desprende de las opiniones, postulados o tesis de aquellas personas que consideramos autoridades. Pueden ser científicos, académicos, periodistas, sacerdotes o intelectuales. Sí lo dicen ellos, es porque es verdad. 

Sin embargo, la erosión del principio de autoridad es un fenómeno ampliamente extendido en el mundo de hoy. Hay quien diría que, desde el advenimiento de la posmodernidad, el principio de autoridad comenzó un gradual proceso de desaparición. No obstante, la pérdida del monopolio informativo de las élites, como acertadamente escribe Martin Gurri, ha provocado un aceleramiento inusitado del desprestigio de cualquier institución que goza de una cierta autoridad social. Gurri identifica este movimiento hace 16 años con la gran recesión global. Seguramente sus orígenes son más lejanos, pero es cierto que la comunicación digital contemporánea es un factor predominante para entender este nihilismo anárquico contemporáneo. Lo de hoy es no creer en nada. Sospechar de todo. Abrazarse a las teorías conspiratorias más locas. Reabrir las polémicas más detestables. Y como telón de fondo: la disolución de la autoridad como elemento ordenador en nuestras sociedades. 

La ofensiva contra las universidades es un elemento más de la cruzada de los demagogos contra las instituciones con sentido de autoridad. El objetivo de los gobernantes autoritarios se apelliden Trump, López Obrador, Bolsonaro u Orbán es destruir el principio de autoridad. Hacer del nihilismo una forma de entender la política. Que nadie crea en nada. Que nadie tenga una brújula confiable para entender la realidad. 

Si se desvanece la autoridad de las universidades, de los intelectuales o los medios, lo que queda es un caos que busca el abrazo cobijador de un hombre fuerte. El paternalismo se erige frente a la incertidumbre. Como lo he escrito en muchas ocasiones, es posible que el demagogo ni siquiera busque mostrarse creíble. Lo que desea es que nadie lo sea. Que no creas en un artículo que lees, o en una investigación de una universidad, o en una reflexión de un intelectual. Todos están contaminados por ser tendenciosos. Todos son esclavos del fanatismo, la izquierda y hasta de Palestina. 

López Obrador atacó a las universidades públicas de México. Llegó incluso a querer desaparecer la palabra “autonomía” del artículo 3 de la Constitución. Lo cacharon y tuvo que recular. El ex presidente atacó a la UNAM a la que calificó de conservadora; se lanzó contra la Feria Internacional de Libro y de paso contra la Universidad de Guadalajara; no se mordió la lengua al criticar también a las instituciones privadas de educación superior. No sólo fueron palabras, López Obrador prácticamente congeló los presupuestos universitarios durante su sexenio. Es positivo que Claudia Sheinbaum se haya salido de esa retórica anti-universitaria, pero poco ha hecho a la hora de inyectar más recursos a la educación pública. Como es Sheinbaum: cambio en las formas, poco cambio en los fondos.

La ofensiva de Trump en Estados Unidos contra universidades como Harvard o de Viktor Orbán contra la Universidad Centroeuropea, son aventuras gemelas. Nadie puede obviar que muchas universidades han cometido errores. Tampoco que ciertas ideas tienen más peso que otras. Es decir, que no han sido lo suficientemente plurales en los últimos años. No obstante, minar la autonomía de las universidades nunca será solución. Por el contrario, destruir la autonomía es el camino más rápido hacia el sometimiento al poder político en turno y la utilización de las aulas escolares como espacios de adoctrinamiento político. 

A pesar de este embate, universidades como Harvard han dado la muestra que son capaces de resistir. Es cierto, Harvard puede prescindir de 2 mil 200 millones de dólares federales. Es una universidad de élite y que atrae los talentos más grandes del mundo. Sin embargo, otros monstruos académicos como Columbia han decidido sí abrirse a debatir las condiciones que Trump les impone. En 4 años, Trump busca hacerse del control de los jueces, las universidades, el deporte, la cultura. No es sólo el poder político más aparente, sino todo aquello que sostiene la hegemonía en una sociedad, volviendo a Antonio Gramsci. 

Para concluir le pido al lector que se imagine el mundo que queda si Trump sale victorioso en sus cruzadas. Imagine usted a las mejores universidades del mundo sometidas a los dictados de un presidente; imagine usted a tribunales que son incapaces de frenar las ambiciones de poder; imagine usted a sectores culturales o musicales incapaces de ser críticos de Trump y sus políticos, o a deportistas que deben callar y no dar sus opiniones. Detrás de todo está la guerra por la autoridad y las bases culturales de un cambio de época. Una batalla que se libra en cada rincón del mundo y que en México conocemos bien.


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Enrique Toussaint
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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