Política

Contra el triunfalismo

El Gobierno de Sheinbaum necesitaba buenas noticias. Luego de semanas marcadas por el escándalo de Adán Augusto López y los extravagantes viajes de los principales líderes de Morena, los datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) parecen haber dado un respiro a Palacio Nacional. La ENIGH sería, en la narrativa del Gobierno, la evidencia del éxito económico del proyecto morenista. Un México menos pobre y desigual, nos dicen.  La realidad es otra.

Comencemos por los datos. El ingreso promedio de una familia creció 10% en dos años, según los datos del INEGI. Se ubicó por encima de los 27 mil pesos mensuales por familia. Y el ingreso por trabajador pasó de 15 mil a 17 mil en el mismo periodo de tiempo (2022-2024). En este sentido, los hogares más ricos del país (el decil más rico) crecieron sus ingresos en un 6%, mientras que los más pobres en 14%. Esto produjo que el coeficiente de Gini (el índice que mide la desigualdad), pasará de 0.402 a 0.391 de 2022 a 2024. México es menos desigual y, es cierto, que el incremento del salario mínimo explica parte de esa subida, pero sólo una parte.

Hay muchos matices que introducir. De entrada, los ingresos no toman en cuenta la inflación de este bienio. En los dos años que registra la comparativa de la ENIGH, la inflación alcanzó el 7.3%. Es decir, el crecimiento real de los ingresos de los hogares se ubicó ligeramente por debajo del 3%. Y el incremento entre los más pobres es del 7%. No podemos afirmar que el poder adquisitivo de las familias mexicanas ha mejorado sustancialmente.

Hay más focos amarillos y rojos. De entrada, las transferencias (los programas sociales) juegan un rol mucho más importante que los salarios y los servicios públicos en la reducción de la desigualdad en el país. El 40% de los ingresos del decil más pobre proviene de transferencias del Gobierno, prácticamente lo mismo que obtienen por el trabajo remunerado. Es decir, su nivel de vida depende -en amplia medida- de los programas sociales y su sostenibilidad. Y aquí es donde entramos al debate de fondo: ¿Es posible que el Gobierno de México mantenga ese nivel de transferencias?

Si analizamos los datos del presupuesto nos daremos cuenta que México difícilmente podrá mantener esa burbuja de gasto. Sólo las pensiones del IMSS significan una cuarta parte de todo el presupuesto público. Si a eso le sumamos los 600 mil millones de pesos que se van en las pensiones universales para adultos mayores, uno de cada tres pesos del Gobierno se va en pagar jubilaciones. Por lo tanto, es posible mantener cierto nivel de gasto, siempre y cuando existan jóvenes trabajando y puedan aportar sin cobrar por jubilación. Y aquí se abre otro problema: el demográfico. Existe una caída de la natalidad en México desde hace algunos años. El promedio de un núcleo familiar -en la última ENIGH- se ubicó en 3.4. Lentamente, pero el número de jóvenes que buscan emplearse es menor y será decreciente en los siguientes años. Un problema que lleva décadas enfrentando Europa, Japón, China y Corea. Sólo África mantiene tasas altas de natalidad.

La falta de recursos para sostener las transferencias y el gasto se alimenta de otras dos dinámicas: la ausencia de una reforma fiscal profunda y la ausencia de crecimiento económico. La primera es una gran asignatura pendiente de cualquier Gobierno Federal en México. Morena ha preferido esquivar el tema para no cargar con el costo político de subir impuestos. Sin embargo, sin una reforma fiscal, no dan los números. El gasto está tan descompensado que el Gobierno gasta más en intereses de la deuda que en salud y educación. Incluso, la apuesta por las transferencias y los programas sociales no ha tenido correspondencia en salud y educación. No es posible sostener la reducción de pobreza sólo con programas sociales. La construcción de un estado benefactor depende de acceso universal a educación y salud. El Gobierno Cash sigue operando. Y, por lo tanto, el bienestar de las familias más pobres depende de que el cash siga fluyendo.

A todo esto, hay que añadir la segunda dimensión: el inexistente crecimiento económico amenaza con golpear los salarios y la recaudación y, por ende, el gasto. El promedio de crecimiento en el sexenio de López Obrador no alcanzó el 1%. Todo indica que este año, la economía crecerá en torno al 0%. ¿Cómo mantienes un nivel de gasto que crece anualmente, especialmente en las transferencias y programas sociales, si el crecimiento de la economía es nulo? O el Gobierno de Sheinbaum recorta gasto o propondrá subir los impuestos. Tampoco hay mucho margen de endeudamiento después de la borrachera de fin sexenal de López Obrador.

El triunfalismo ha sido una constante desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Hemos escuchado de todo: dejamos atrás el tercer mundo; ya somos un país de clases medias; tenemos el sistema de salud de Dinamarca; con seis mil pesos se puede pagar coche, renta y educación privada; nadie reduce la pobreza en el mundo como México, etc. Lo cierto es que los datos nos arrojan avances agarrados con pinzas. Y que no son sostenibles en el tiempo.


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Enrique Toussaint
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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