Luego de años de distanciamiento de los partidos políticos, la realidad nacional exige replantear cómo construir instituciones capaces de enfrentar la concentración del poder
Echando mano de distintos ejemplos, los autores llegan a una conclusión que, por resultar evidente, no invisibiliza su utilidad: los partidos al servicio de personajes políticos fuertes, sin contrapesos ni constricciones, devienen en grandes peligros para la democracia.
Donald Trump y su asalto al Partido Republicano es —tal vez— el ejemplo más claro. Durante su primer mandato, Trump tuvo que enfrentar a un partido que resistió a sus medidas más extremas. Ocho años después, el llamado GOP (the Great Old Party) no se mueve un ápice de la línea del magnate. El besamanos de oligarcas y la élite en su residencia en Florida es el símbolo del poder —casi absoluto— que detentará Trump a partir de la próxima semana.
Hay dos formas de someter a los partidos a una personalidad dominante. La primera es la trumpista: tomar por asalto un partido ya consolidado. Es la excepción. En general, las autocracias se fundan en hombres fuertes que construyen su propio partido. López Obrador, Bukele en El Salvador o Chávez en Venezuela son ejemplos paradigmáticos. Partidos que bailan al son que toca el líder. No hay equilibrios internos ni debate ni disidencia. La fuerza o debilidad de una persona al interior de la institución depende —enteramente— de la relación transaccional que provoca con el líder. El líder manda y pone a prueba, en reiteradas ocasiones, la lealtad de la grey que lo sigue. Morena es eso: un partido personalista. Depende del símbolo de López Obrador, aunque hoy sea gestionado temporalmente por Claudia Sheinbaum.
Dentro del análisis de Frantz y colegas, sobresale un elemento que no es menor. Para evitar la regresión autoritaria, una variable fundamental es la capacidad de los partidos de oposición para constituirse en una verdadera alternativa. Y no sólo eso, la capacidad que tienen para acordar y construir candidaturas comunes.
Paradójicamente, luego de décadas de decepción con el sistema de partidos, hoy México necesita plataformas políticas sólidas y que trabajen por ofrecer proyectos diferenciados. El mundo de los partidos dista mucho de ser perfecto, pero el mundo sin partidos es la sumisión a la voluntad del hombre fuerte.
Frantz decía hace unos días en entrevista con el periodista Ezra Klein que la posibilidad de que Estados Unidos deviniera un sistema autoritario estaba anclada al papel que jueguen los Republicanos con esa amplia mayoría que ostentan en las cámaras. ¿Se opondrán al Trump que quiere violar derechos o emprender auténticas misiones coloniales? A mí me parece que no, pero la politóloga alberga cierta esperanza.
En el caso de México, sabemos que el partido en el Gobierno y su coalición oficialista distan mucho de ser contención. Tanto en el sexenio anterior como en el actual, si alguna vez ha habido prudencia ha sido más una dádiva de la Presidencia que una contención del partido. Ricardo Monreal, coordinador de la mayoría, ya anunció 40 reformas constitucionales para los siguientes días. El sexenio de López Obrador ya fue la redacción de una nueva Constitución sin apelar a un nuevo constituyente. Sheinbaum sigue ese camino: dibujar un México en donde los cambios no puedan ser revertidos.
No veo en el panorama una recomposición de las oposiciones nacionales. La larga noche de la oposición puede extenderse a la elección intermedia e incluso a la presidencial de 2030. No hay ni siquiera la intención de construir una plataforma que rivalice con la solidez de Morena tanto en las encuestas como en las estructuras políticas.
La resistencia frente a la avalancha autoritaria será más local que nacional. En un momento donde el poder presidencial deshace cualquier autonomía de lo local para concentrar el poder en la Presidencia. Los partidos, bien formados y estructurados, impiden que las personalidades se impongan sobre las instituciones y limitan el poder del líder iluminado.
Lo hicieron los Republicanos con Trump en 2016. En México, el oficialismo ve al partido como un vehículo sin contenido más que la disciplina ciega, y la oposición no sale del estado de shock. Seguramente, Frantz y sus colegas nos dirían que la democracia mexicana está frente a un abismo difícil de salvar.