Cultura

El esperanto de Gabriel Zaid

columna de Enrique Serna

Luis M. Morales

El esperanto no es el único idioma universal inventado por el hombre. La poesía intenta crearlo a su manera, y cada vez que un poeta traduce a otro, vislumbramos la hermandad secreta de todas las lenguas. Se va creando así un vínculo supranacional entre los lectores creativos del mundo entero, aunque sólo hablen la lengua materna. Desde luego, existen metáforas, aliteraciones y rimas intraducibles, pero a veces la búsqueda de equivalencias y consonancias puede rescatar la esencia de un poema. Devoto arquitecto de esos puentes invisibles, Gabriel Zaid se ha dedicado a construir la patria universal donde todos desearíamos vivir. En su afán por abolir la maldición de Babel, acaba de publicar un volumen donde incluye los poemas de otras literaturas que ha traducido al español y los poemas de su autoría vertidos a varios idiomas, en un libro políglota que va dirigido no sólo a los lectores hispanohablantes, sino al público internacional: Poemas traducidos (El Colegio Nacional, 2022).

¿Por qué reunir en un libro ambas facetas de su obra? Quizá porque Zaid atribuye a la traducción de poesía un grado de dificultad comparable al de escribir poemas propios. Pero también porque la traducción es una especie de apropiación: el poeta que le presta su voz a un espíritu afín hasta cierto punto difumina el concepto de autoría, no por un afán de robar cámara al poeta traducido, sino porque reinventar su obra es la mejor manera de serle fiel. La literalidad, en cambio, la falsearía, pues los buenos poetas conocen mejor que nadie la lengua materna, y en la fiesta donde fungen como anfitriones procuran recibir con la mayor gentileza a sus invitados. El canto que pasa por ese filtro retoña en el suelo extranjero sin haber perdido el aliento.

La curiosidad intelectual de Zaid no conoce fronteras, ni entre disciplinas ni entre culturas nacionales. Del ensayo literario salta sin red protectora a los tratados de economía, de la sátira política a los manuales para administrar instituciones culturales, y en este libro revela su pasión por la etnología, pues incluye una antología poética de pueblos originarios del norte de México, algunos de ellos amenazados con la extinción, de modo que los poemas antologados pueden ser leídos como epitafios. Quien se haya preguntado cómo es la poesía de apaches, navajos, seris, tarahumaras, ópatas o pápagos encontrará en este libro conmovedoras huellas de “la voz que hace a la tierra admirable”, como dice un canto navajo. Sobresalen por su gran belleza los poemas de los pápagos, una tribu dispersa entre el norte de Sonora y el sur de Arizona, cuyos chamanes salmodian un conjuro propiciatorio: “Las sombras vienen hacia mí sonando”.

Al presentar las coplas de Fernando Pessoa en la primera sección del libro, Zaid dice que su capacidad heterónima “es también una capacidad anónima de perderse, y encontrarse, en el gusto popular”. Como el gusto popular es una creación colectiva, un poeta que se sumerge en él se arriesga a perder la propia fisonomía. La obra de Zaid, sin embargo, es un ejemplo de que la vanguardia y la experimentación cobran mayor audacia al sumergirse en ese río revuelto. En Reloj de sol, su libro más aclamado, íntegramente reproducido en este volumen, pues ha sido traducido completo o en parte a una decena de lenguas, hay una rara amalgama de musicalidad, picardía y erotismo en donde la poesía culta, despojada de sus antifaces, comete adulterio con la poesía popular. Sin embargo, hasta en la encantadora “Serenata huasteca”, un son que podría figurar en cualquier antología folclórica, se advierte que Zaid llegó a esta depuración al imponerse el rigor literario más difícil de todos: el de saber olvidar a tiempo la biblioteca. La imaginación lúdica de la literatura mexicana llegó en este libro a una de sus cumbres más altas. Como Juan José Arreola, Zaid posee el raro don de conjugar la iluminación con la ironía filosófica, el presentimiento de lo sagrado con el desenfado juglaresco.

A Borges le maravillaba que los dramas de Shakespeare salieran de las traducciones más o menos ilesos. Tal vez corran la misma suerte poemas de amor como “La ofrenda”, “Canción de seguimiento”, “Acata la hermosura”, “Circe”, “Prueba de Arquímedes”, “Selva”, pues tienen suficiente savia para cautivar a los lectores que se hayan enamorado en cualquier idioma. Universalizar la experiencia de la entrega amorosa requiere un alto dominio de la propia lengua, pero quien lo alcanza desborda su marco lingüístico, incitando a los traductores a preservar el hechizo. Con una mezcla de elevación y humildad, Zaid alzó un vuelo que lo llevó lejos de su lengua natal, pero más lejos aún de la caducidad fechada. Los jóvenes lectores que se asomen a su Poemas traducidos descubrirán a un compañero de generación.

Enrique Serna

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Enrique Serna
  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
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