Sociedad

Nos sentimos cada vez más niños y más abandonados

Vuelves a casa. Nina muy reclamona, pero: le llevaste higaditos de pollo, croquetas; agradece frotándose en tu pierna, dialoga con maullidos que son preguntas, afirmaciones, rendición de cuentas, petición de agua y por fin ella toda sobre tus piernas para dormir mientras lees el diario.

Sacarle la vuelta a la pandemia te volvió al “Principio Muégano”: asilarte con la familia. El asilo no incluye a la minina en territorio canino. Nina quedó sola para no exponerla. Croquetas y agua suficiente, atún que goza. Pese a su costumbre de dormir durante el día y en la noche dialogar con los gatos viudos que la cortejan, Nina reclama calor humano. Apenas das vuelta en la esquina consideras que te ventea, pues enseguida lanza maullidos. Introduces la llave, abres la puerta y ahí está: dispuesta a los frotamientos y conducirte hasta el refrigerador de donde saldrá esa lata que esparce el aroma que le fascina y deviene en suaves rodajas del pescado que le llenará la entraña.

 

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Muy de mañana el sol relumbra. Un poco de lluvia durante la noche refrescó el ambiente. En los árboles, los pajarillos cantan. Una paloma cucú reitera una y otra vez su monótona canción. Los petirrojos entran y salen de la madreselva que cubre la barda, para nutrir a sus crías, y lo mismo hacen las golondrinas, yendo y viniendo de los nidos que construyeron bajo la marquesina. Nina observa a las aves, muy atenta desde la ventana. Que no se acerquen porque…

 

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En el barrio, nada evidencia a la pandemia del coronavirus que tiene a tantos expuestos al Mal en el transporte; en sus centros laborales, porque el que no trabaja no come y entonces, paradójicamente, se pone la vida en juego para mantenerla. Subes al camión con cierto horror a los pasamanos como si nada: los sientes pegosteosos, llenos de sudor. ¿Cómo evadir un virus que acecha en el mostrador, el dinero, el aire; que se adhiere a la ropa, viaja en autobús, Metro, taxi? ¿Hay manera? En una plática se puede entremeter y hospedarse dentro nuestro y e iniciar su labor destructiva. En la calle, la vida: el tamalero y su pregón: Tamales, tamales./ Tamales y atole,/ de chile verde,/ mole rojo y de dulce,/ tamales, tamales... Nina advierte que saldrás e inicia el coqueteo, el ronroneo y te enfila hacia el refri. Mientras abres la lata ella corre, pide le sigas el juego, sube y baja de los libreros, se oculta, acude puntual a su cita con el atún.

 

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Para darte ánimo lees en la pecerda al japonés Kenzaburō Ōe, Arrancad las semillas, fusilad a los niños: “El miedo a la epidemia se propagó durante la noche, haciendo alarde de su fuerza brutal, y nos venció y nos dominó de tal modo que nos sentimos cada vez más niños y más abandonados.” Te apurruñas.

 

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Del profundo oriente el transporte colectivo arriba a las estaciones del metro ubicadas sobre la calzada Ignacio Zaragoza; acarrea mano de obra barata que se distribuirá por la red metropolitana rumbo a sus centros laborales. No pocos han padecido asaltos en la pecera o el camión: onerosas latas de sardina que los trasladan, codo con codo, panza con panza, intercambiando sudores, aromas, insultos, monedas, rencores, temor a la violencia y a los frecuentes accidentes carreteros. El tiempo de traslado es agotador, y aún falta la jornada laboral. Con cubrebocas el malhumor se incrementa, se vuelve mírame y no me toques ni provoques, hazte para allá, qué: ¿estás muy ancho? ¿No te gusta? Agarra taxi: ¡pobres y delicados, chingao!

 

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Una pandemia en la zona metropolitana más grande del mundo da miedo. El posible contagio. La resignación al abordar el transporte porque la panza es primero: la familia y su mala costumbre de comer, vestir, asistir a la escuela; son gastos que se solventan con salarios de hambre. ¿Que por coronavirus hay miles de muertos en el mundo, y que lo peor está por venir y que guardarse en casa y mantener la sana distancia es recomendable para todos? Sí, pero ni modo de llevar a casa la obra de albañilería, o el taller mecánico al patio, mucho menos ofertar la mercancía en el cantón. Con paliacates cubres el rostro, como Ruperto Tacuche, y vamos a la mar de alto riesgo: la calle, que atemoriza, pues a diario los medios de comunicación ofrecen nuevas y atemorizantes cifras emitidas por la Secretaría de Salud: y contando, “en las últimas 24 horas se registraron en México el chingo de defunciones y titipuchal de casos positivos acumulados del covid-19, mientras que hay el madral de casos activos en los últimos días, además de buti nuevos...”

 

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“Yo iba a preparar las bombas molotov en la Revolución. ¡Total! Las cambié por cloro y alcohol para luchar contra el covid-19. Mi pasión es la enfermería”. Ella es @AnneOrPin, amiga, y tecleó Twitter: Nos acaban de informar que una de las pacientes de nuestra área fue dada de alta hace un par de horas”.

 

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Es la morronga, auxiliar de Cano el carnicero: “Al de allá arriba le digo: Señor, dame fuerzas para seguir, si ya empezamos tenemos que terminar, pero no así: dame chance para concluir, que los chamacos salgan de la escuela y salgan hombres de bien; que las muchachas terminen su carrera y ejerzan su profesión. Lo importante es dejarlos bien encarrilados, con armas para defenderse. Les tocó un mundo muy cabrón, y eso que nosotras la vimos dura para sobrevivir”.

 

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Rita.- Me voy a casa. Yo, de angustias con el encierro. Se alarga esta cosa. Oí en La mañanera que seguirá hasta finales de mayo. Pero bien de salud. ¡Changos, va estar canijo este asunto! Por acá todos bien, ¿y ustedes qué tal? Estará muy rudo todo. Se viene cañón, no creo aguantar mucho: los gastos, impuestos, rentas: esos no paran. Pagué los sueldos de este mes, pero para el otro no tengo. Eso sí estará más pior. Los pagos se han detenido. Y los rucos cargamos la amenaza del virus. A mí me sacan tarjeta roja: porque soy diabética, gordis, hipertensa; tengo de todo, la colección completa, como la mayoría de los mexicanos. Me dicen que aproveche y aprenda ajedrez, pero somos bien burros: mi viejo apenas está aprendiendo a usar el celular. En fin, algo bueno saldrá de todo esto. 


* Escritor. Cronista de Neza

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Emiliano Pérez Cruz
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