El mejor castigo impuesto a un comunicador social por difamar o calumniar a alguien, sea por dolo, por no hacer lo debido para verificar la veracidad de sus fuentes o por no pensar meditativa y reflexivamente las ideas que vierte en sus artículos de opinión es la exhibición pública –por medio del derecho de réplica– de que su trabajo es de una muy mala calidad.
Pero, obvio, en esta tesitura el derecho de réplica debe cumplirse cabalmente.
Ahora bien, para el desarrollo del pluralismo político y la vida democrática, es justo y necesario que la Constitución garantice la libre manifestación de las ideas (artículos 6 y 7); pero no es justo ni mucho menos necesario que la responsabilidad por los delitos de calumnias y difamación, que un comunicador social puede cometer, ameriten una responsabilidad penal, porque dicha medida inhibe la libertad de expresión.
Parece que en Nuevo León las ideas de honor y moral se siguen interpretando en el sentido que se les interpretó en el siglo XIX, época en la que la idea de democracia y pluralismo político casi no se conocían, y la afectación del honor se defendía por medio de un duelo a muerte.
El duelo desapareció a principios del siglo XX; pero en su lugar quedó la amenaza de la cárcel para quienes afecten en honor de un tercero.
Vergonzosamente Nuevo León es una de las cinco entidades de la República donde todavía a los comunicadores sociales, prejuiciosamente, se les trata como delincuentes; urge que nuestros diputados despenalicen la libertad de expresión.
¿Había necesidad de que al comunicador social Alfredo Jalife se le tratara como delincuente, al ser aprehendido en la Ciudad de México por agentes ministeriales de Nuevo León, con el apoyo de la Fiscalía de la Ciudad de México, para imputársele los delitos de calumnias, difamación y violencia política? No lo creo.
Sueño con una cultura de la deliberación en los medios de comunicación, en el Congreso de la Unión y en los congresos locales, porque es ésta la púnica posibilidad de que la diatriba, la calumnia, las intrigas y las mentiras se sustituyan por buenas razones y capacidades argumentativas.