La primera lección que dejará el covid-19 es que, no obstante que en las sociedades modernas todo es objeto de planeación, la mirada del hombre moderno es corta, motivo por el cual solo concibe como objeto de planificación aquello que a la luz del cientificismo aparece como necesario o problemático; lo contingenteno lo ve, escapa a su mirada.
Para la lógica formal, lo necesario es la causa que origina que algo ocurra indefectiblemente de una manera y no de otra; lo problemático, es lo que puede ocurrir de una manera o de otra; lo contingente, en cambio, puede llegar a ser o no ser, es decir, no es, en términos lógicos, ni necesario ni problemático.
Los dos primeros tipos de hechos son considerados como merecedores de planificación, no así los contingentes.
No obstante, por medio de la intuición controlada por la ciencia y de una lógica polivalente (no de una lógica formal, por medio de la cual todas las cosas aparecen al entendimiento de color blanco o negro), es posible anticiparse a una contingencia del tamaño del coronavirus, para su debida planeación para enfrentarla.
La segunda lección es que a Nietzsche le asiste la razón cuando dice que “la lógica fue pensada como instrumento facilitador del pensamiento, como medio de expresión, no como verdad…; más tarde, se convirtió en criterio de verdad”, una verdad que cierra el camino al pensar reflexivo.
La tercera es que el hombre de la modernidad ha muerto. Es necesario que la filosofía o alguna de las religiones haga nacer a un hombre nuevo, de lo contrario, no habrá futuro. Gadamer dice al respecto: “Si la filosofía no es suficiente, se necesita una grande catástrofe natural, una epidemia gigantesca para garantizar la salvación de nuestro planeta. Bajo el estímulo de la necesidad, podrá renacer la solidaridad, la humildad, la piedad, la autodisciplina”.
Aceptémoslo ya: el covid-19 ha venido a poner en jaque a la globalización económica neoliberal, a los sistemas de salud y de justicia, entre otros.