Ayer se cumplieron 56 años de la matanza de Tlatelolco, ocurrida el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas. El presidente de entonces, Gustavo Díaz Ordaz, ordenó al Ejército disparar contra una manifestación de estudiantes que demandaban al Gobierno lo siguiente:
La libertad de los presos políticos; la derogación del Artículo 145 del Código Penal, por establecer la detención arbitraria de personas acusadas del delito de disolución social; la desaparición del cuerpo de granaderos, por haber reprimido antes una manifestación pacífica; la destitución de los jefes policiacos que realizaron dicha represión; indemnización a las familias de los muertos y heridos en los conflictos que originaron la marcha del 2 de octubre; y el deslinde de responsabilidades de los funcionarios involucrados en dicha represión.
“Cadáveres cuyas manos forman cruz sobre los pechos, donde yacen los derechos, convertidos en gusanos”. Así reza una de las estrofas de un poema anónimo que apareció impreso en forma de “volante” una semana después de la masacre en las escuelas de la UNL y en la Normal Superior del Estado.
No se sabe cuántos murieron atravesados por las balas, unos calculan que fueron cientos, otros aseguran que más de mil. Lo cierto es que se trató de un crimen de lesa humanidad que a la fecha, no obstante que este tipo de crímenes son imprescriptibles, sigue estando impune.
Ciertamente, a la fecha, no creo que los involucrados en estos hechos vivan, o si algunos aún viven, andarán frisando los 90 o tendrán más de 90 años. En ese entonces yo tenía 20 años; pero creo que, para salvaguardar la memoria histórica, todavía se puede hacer algo para que nunca más vuelva a ocurrir un hecho vergonzoso y ofensivo como este.
En esta tesitura, un acto de justicia en honor de los Mártires del 2 de Octubre del 68 podría ser quitar el nombre de la “hiena del 68” de todos los lugares públicos. Por ejemplo, ¿por qué no cambiar el nombre del bulevar Gustavo Díaz Ordaz por el de bulevar Mártires del 2 de Octubre del 68? Esta es mi propuesta, a la que solo se podrían oponer los autoritarios de hoy.