Cultura

¿Quién es el parásito?

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La RAE define “parásito” de la siguiente manera: “Dicho de un organismo animal o vegetal: Que vive a costa de otro de distinta especie, alimentándose de él y depauperándolo sin llegar a matarlo”. Sin embargo, en la espectacular película surcoreana Parásitos, la familia de bajos recursos que con ingeniosos ardides logra insertarse como empleados en la cotidianeidad de una familia de alta sociedad evidentemente produce simpatía en los espectadores, pues el patético psicodrama de la familia rica ocasiona que tanto el engaño como cualquier abuso que este produzca aparezcan como plenamente merecidos por la mezcla de desprecio y altivez con la que estructuran su existencia. Digamos que, hasta aquí, se trata de una divertida escenificación de un conflicto de clase donde claramente los ricos aparecen como inferiores en casi todos los sentidos.

Sin embargo, mucho más complejo y matizado es el conflicto que enfrenta a la familia parasitaria con la antigua ama de llaves a la que habían conseguido desplazar, que irrumpe de nuevo en escena cuando se revela que su esposo llevaba años viviendo escondido en una especie de búnker secreto al que se accede moviendo una cómoda de madera, cuya existencia obviamente es desconocida para los dueños de la casa. Me parece que aquí el director Bong Joon-Ho ha dado en el clavo respecto a uno de los elementos cruciales para producir el tipo de realidad tan violentamente desigual que retrata en su película: la forma en que la narrativa dominante interioriza el interés personal sobre todas las cosas, disolviendo vínculos entre grupos de personas que precisamente por la precariedad e injusticia ontológica compartidas, podrían pensar en aliarse para combatir a quienes los

orillan de entrada a procurar la subsistencia incluso por medios parasitarios. Remitiéndonos de nuevo a la definición de la RAE, el hecho de que sean de “distinta especie” sentaría las bases para una lucha común, y en cambio los momentos más descarnados de la película ocurren en el combate a muerte entre los oprimidos, que encima reciben una especie de castigo bíblico cuando su hogar se inunda literalmente de agua con mierda, elemento que abona a construir la insoportable tensión necesaria para la irrupción de la ultraviolencia.

Aun así, sin entrar en detalles para no incurrir en un spoiler, al final Joon-Ho recupera con un gesto que precipita la transición de parásito a justiciero la idea de que por más que se repita hasta el cansancio la máxima de que no existe la sociedad sino únicamente los individuos, existe un núcleo no-verbal que suele aflorar en situaciones límite (y no solo negativas, pues podría también ser el caso de los despliegues de solidaridad ante tragedias), como recordatorio del carácter arbitrario de toda estructura de poder, incluso las que, como buena parte de las actuales, llevan inscrito en su narrativa su pretendido aire de inevitabilidad. 

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Eduardo Rabasa
  • Eduardo Rabasa
  • [email protected]
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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