Ahora que lamentablemente murió de manera trágica Taylor Hawkins, el baterista de los Foo Fighters, al parecer de una sobredosis en su habitación de hotel en Bogotá, en uno de los artículos escritos a manera de obituario colgaron fragmentos de una entrevista donde contaba que por la mañana llevaba a sus hijos a la escuela y después se encerraba en su estudio durante cuatro o cinco horas. Él mismo se disculpaba por lo “no rockero” que sonaba lo anterior, pero explicaba que era un hombre de familia, de 47 años, etcétera. Y, de ser verídicos los reportes sobre la forma en que murió, parecería no obstante que al final engrosó la lista de rockeros mitológicos que fallecen a causa de plegarse a la leyenda del rockero mitológico y lo que se espera de dicho estereotipo. El que haya ocurrido en Colombia –país que como México vive en su imagen internacional también parcialmente atrapado dentro de su propia mitología vinculada a las drogas (que no digo que sea en absoluto la realidad del país como tal, como tampoco lo es únicamente en el caso mexicano)– y no en alguna gira por Denver o Wisconsin o algo así, añade otro tanto de dramatismo al libreto del cliché de la muerte de un rockstar.
Sin embargo, pese a todo el afán de glamur y diversión desenfrenada que de alguna manera constituye el meollo de dichas mitologías, en los hechos, y sobre todo pasada cierta edad, terminan por ser de lo más predecibles y decadentes. Como ha dicho Nick Cave en alguna entrevista, lo que caracteriza a la vida del junkie es la incesante repetición del mismo día y los mismos rituales, una y otra y otra vez. Esta suspensión del tiempo se aprecia por ejemplo en el documental Kurt Cobain: Montage of Heck, donde la videograbación de la vida cotidiana de junkies de Kurt y Courtney, incluidas las imágenes con su hija Frances Bean siendo una bebé, no transmite ningún tipo de glamur, sino más bien una cotidiana desolación. Creo que casi cualquier fan de Nirvana, como yo me considero, termina algo entristecido tras ver esas escenas, y casi que en un sentido metafórico produce alivio la idea del suicidio de Kurt, como forma de poner fin a la agonía que ahí se transmite, incluidos por supuesto los fragmentos de sus diarios.
Pero no quisiera poner el énfasis en drogas o excesos (ni mucho menos derivar moralejas ante una muerte trágica), pues creo que a un nivel personal se inscriben dentro del ámbito de cómo elije cada quien estar en el mundo. Más bien, quisiera resaltar cómo las mitologías y sus programaciones inconscientes resultan inmensamente poderosas, dando a menudo lugar a personajes, en lugar de personas, cuyas andanzas parecen escritas en un libreto predeterminado sobre el cual ya no se tiene la menor incidencia. En el caso del rock, se trata quizá del Lado B de la nostalgia que tanto lo define en la actualidad. Y así como la industria pareciera empeñada en reciclar un pasado glorioso al que todavía le quedan muchos millones de dólares por exprimir, en numerosos casos los propios músicos parecen empeñarse en representar un cliché para el que quizá Elvis también fijó el estándar desde los albores (Hawkins tenía 10 sustancias en su cuerpo al morir, Elvis, 17), como si desde entonces quedara fijado el patrón de ascenso y caída que un buen rockero de fama y éxito se viera obligado a emular.
Eduardo Rabasa