Vivimos en una época de extremos sin matices. Impera la lógica del todo o nada, del estás conmigo o estás contra mí, y esto ocurre casi en cualquiera de los puntos del espectro ideológico. En parte a causa de ello normalmente me abstengo de escribir en este espacio sobre temas de política cotidiana, pues no creo que sea la labor del columnista la de tomar partido a ultranza, y además existe ya mucha gente que escribe de manera notable sobre temas coyunturales. Pero en ocasiones hay fenómenos que trascienden a las filias, fobias o afinidades, y cuya enunciación ni siquiera necesariamente se relaciona con otro tipo de posturas personales. Creo que el encuentro de la bancada del PAN en el Senado con un personaje como Santiago Abascal, líder de Vox, con fotografía y comunicados oficiales incluidos, se inscribe en esta categoría. Y los intentos por minimizarlo como un asunto de individuos y no institucional son del todo absurdos, por el marco y procedimiento con que se llevó a cabo y se comunicó el acto, incluida la ridícula “carta contra el comunismo”, mismo que no existe en ningún lugar más que en las enfermas mentes de los participantes del bochornoso espectáculo.
Es por un lado tentador achacarlo a la mera estupidez del líder de la bancada del PAN y sus correligionarios, pero creo que si bien dicha estupidez es innegable, tampoco lo explica todo. Creo que, al más puro estilo trumpiano/bolsonariano, hay un mensaje inequívoco a la base dura, sólo que en este caso la base dura se corresponde casi milimétricamente con los asistentes a la reunión: se trata de una élite ultraconservadora que se siente agraviada ante la pérdida (real o simbólica) de una especie de privilegio ancestral adquirido por su sangre. La representan personajes como Javier Lozano y su indignación por el reemplazo de una estatua de Colón por la de una mujer indígena, o aquella inolvidable pancarta que mostró un asistente a las protestas (motorizadas) de Frena: “Quiero un lugar donde mis sirvientas no sean mi autoridad”.
Estas corrientes protofascistas encarnan la rabia y la impotencia ante la idea de que el discurso y las prácticas de un mundo donde les correspondía mandar por derecho incuestionable se han modificado, y ven enemigos acérrimos no sólo en tendencias políticas donde lo social ocupa un sitio importante en el discurso, sino en todos los movimientos que pugnan por visiones que no estructuren la sociedad en torno a la familia patriarcal como unidad política elemental, como por ejemplo el feminismo o los colectivos LGBTQ. Pues más allá de opiniones personales frente al actual gobierno, esta cúpula panista representa el peligro del encumbramiento de un demagogo xenófobo, misógino, homófobo, racista y clasista, como tantos ejemplos a nivel mundial ya conocemos, por lo que el arropamiento realizado por una de las principales fuerzas políticas al líder de un partido tan despreciable como Vox no es un asunto menor. Es una clara advertencia de las intenciones políticas de un sector al que no hay que menospreciar, para que no lamentemos en su momento la aparición de un energúmeno como Trump o Bolsonaro, antes de que sea demasiado tarde para impedirlo.
Eduardo Rabasa
