Cultura

El agravio primigenio

En la adaptación cinematográfica de Francis Ford Coppola del Drácula de Bram Stoker se narra que, en 1462, el príncipe Vlad el Empalador regresa a su castillo de Transilvania luego de una victoriosa campaña contra los turcos del Imperio Otomano y se entera de que su amada esposa Elisabeta se ha suicidado luego de que sus enemigos difundieran el falso rumor de su muerte. Cuando un sacerdote le informa algo que como buen católico en el fondo ya debería haber sabido, que el alma de su amada está condenada al infierno por haberse suicidado, Vlad se enfurece contra la iglesia y promete vengarse regresando de la tumba con poderes demoniacos. Volvemos a verlo en 1897 ya como el conde Drácula, vampiro inmortal que, como corresponde a su especie, se alimenta de la sangre de víctimas a las que a su vez puede convertir a su destino trágico.

Es interesante notar cómo el sustrato de una figura tan arquetípica como Drácula es en este caso teológico, y cómo la motivación inicial para el terror que dura siglos y se cobra innumerables almas se desprende directamente de la doctrina de la religión contra la cual se rebela. Es decir que no hay una traición o juego chueco que dé lugar al encono milenario, sino que un principio elemental de la misma religión por la cual Vlad se cobraba vidas de infieles haciéndoles la guerra es la causa de su conversión al lado oscuro y el fundamento ideológico para una especie de propagación del mal milenario.

Me parece que este mecanismo presente en la leyenda es a su vez arquetípico del fenómeno de la identidad negativa, consistente en definir lo que uno es en oposición a algo más, así como de la necesidad de todo encono de apoyarse en algún principio que a menudo cobra vida propia y se apodera de la mente definida por dicho encono, como lo ha expresado Morris Berman en su frase: “Una idea es algo que tú posees, una ideología es algo que te posee a ti”. Y si analizáramos una por una las principales manifestaciones actuales de la violencia que puebla las noticias cotidianas encontraríamos en casi todas ambos elementos, ya que incluso algo que pudiera parecer tan trivial como una camiseta de un equipo de futbol es susceptible de adquirir un tinte identitario tan pronunciado como para propiciar una brutal golpiza. Pues una de las principales ventajas de la identidad negativa consiste precisamente en evadir el cuestionamiento acerca de la propia identidad, como por ejemplo habría supuesto para el príncipe Vlad admitir que, por doloroso que resultara el suicidio de su amada, la condena al infierno no era sino consecuente con la religión que daba sentido a su vida.

Pero a menudo resulta mucho más sencillo verter sobre algún otro distinto la furia que en el fondo proviene de asuntos sistémicos, como lo puede ser ya sea una religión o incluso un sistema productivo como el actual, donde la precarización del empleo y la tremenda concentración de la riqueza y desigualdad originan agravios que se sedimentan hasta proveer una justificación para todas las violencias subsecuentes. Quizá por eso sea tan efectivo en la actualidad el mecanismo político del chivo expiatorio, pues azuza un rencor draculiano para discursos y plataformas políticas violentas, que terminan igualmente viéndose casi como una consecuencia natural de dicho agravio primigenio.

Eduardo Rabasa

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  • Eduardo Rabasa
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  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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