Antes de que una X marcara su legado, Jack Dorsey, apacible hombre de Missouri, puso en marcha en 2006 una cosa llamada Twtrr, la cual tomó luego el menos onomatopéyico nombre de Twitter.
Para 2011, la creación de Dorsey generó una producción de mensajes breves calculada a una velocidad promedio de mil tuits por minuto, impulsando la organización y difusión de incesantes y variados actos de protesta de una insurrección en Egipto.
La espiral de comunicación soñada por teóricos de la nueva era cobraba forma, tanta que lo sucedido aquel enero en Medio Oriente parecía un guion sacado de alguno de los capítulos del voluminoso libro Comunicación y poder, de Manuel Castells.
Un hashtag con el nombre del dictador se convirtió en punto de encuentro de miles de inconformes. Y a la par de #Mubarak aparecieron otros hashtags como hongos, con el nombre de la capital egipcia o la fecha de inicio del relajo colectivo.
La revuelta egipcia permitió también el descubrimiento de los isotipos. Una de las fotos emblemáticas era protagonizada por un manifestante cargando una pancarta de cartón con coloridos recortes que incluían el símbolo de internet (una e minúscula color azul con un ligera línea dorada), una G (de Google), una Y (de Yahoo), una P (acompañada por un corazón) y una T (de Twitter con todo y pajarito). Cada uno de estos símbolos llamados isotipos, unidos en ese orden, formaban la palabra egypt en la cartulina de la imagen icónica.
El nuevo lenguaje digital político irrumpió así a principios de la segunda década del siglo XXI. De repente la palabra internet podía estar ligada a revoluciones y primaveras. La influencia de las redes sociales en la caída de Mubarak fue reconocida por entes respetables y diferentes entre sí como la institucional BBC de Londres y el más forajido y determinado de los reporteros de Occidente en el mundo árabe, Robert Fisk, corresponsal de The Independent. Tanto la BBC como Fisk le atribuyeron a Twitter ser un factor decisivo en la caída del dictador egipcio.
Para esta tercera década del siglo, el lenguaje digital político resulta cada vez más banal y enajenante. Aquella sensación de sublevación colectiva transfiguró en la de una opresión calculada con precisión algorítmica y mucho dinero. Por eso la entrevista de Mxsk a Trxmp es el nuevo isotipo de lo que antes era Twitter.