Los neoliberales / CAPÍTULO II-SEGUNDA TEMPORADA

Si el ex presidente Carlos Salinas de Gortari establece que la creación del Tratado de Libre Comercio de México con Estados Unidos y Canadá surgió de un “golpe de la fortuna”, tras la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética, el actual secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, considera que éste venía gestándose en realidad años antes, en 1979, cuando Ronald Reagan propuso a José López Portillo un acuerdo económico binacional enfocado en la producción automotriz.
Ebrard, quien durante el gobierno de Salinas era asesor del poderoso regente capitalino y luego mediador de la paz, Manuel Camacho Solís, explica que López Portillo rechazó la propuesta con la que EU buscaba acceder a una mano de obra barata mexicana para competir con la creciente industria japonesa de aquellos años.
“Y eso mismo es lo que lleva a reactivar el tratado, digamos a finales de los ochenta, principios de los noventa, hasta que sea firmado por el gobierno del presidente Bill Clinton. México entonces lo que decide es: ‘a ver, no vamos a poder hacer un desarrollo propio con un sistema cerrado —que era la idea de sustitución, importación, exportación, o sea, el desarrollo estabilizador—, no lo vamos a poder hacer, entonces mejor lo cambiamos por un acuerdo con EU”.
Para el ahora canciller, el TLC también fue resultado de una convergencia política concretada en los ochenta entre el PRI y el PAN para adoptar un mismo programa basado en el Consenso de Washington. “El acuerdo que establecen es libre comercio, privatización, reducción del papel del Estado, autonomía al Banco Central, privilegiar las operaciones de las empresas particulares o privadas en todos los campos, retraer al Estado en general, en esta idea de que todo lo que hace el Estado está mal y todo lo que hacen los privados está bien. Y esa idea fue la que formó la coalición política del PRI y el PAN, tuvo un componente muy importante en el que la norma fue la impunidad”.
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Cuauthémoc Cárdenas, fundador del PRD y principal opositor del gobierno de Salinas, considera que el TLC fue una negociación cupular, acelerada y atropellada. “Nosotros creíamos que debía haberse dado en un ritmo más tranquilo y sensato. Planteamos que en vez de un acuerdo de libre comercio, hubiera sido conveniente plantearse mejor un acuerdo de desarrollo que tomara en cuenta las asimetrías entre los distintos países, que considerara fondos de inversión para superar carencias y modernizar la economía y que no incluyera únicamente a los países de América del Norte, sino que esto fuera incorporando poco a poco a los demás del resto de América, tanto Central como del Sur”.
–¿Qué ganamos con el TLC? —pregunto a Porfirio Muñoz Ledo, por entonces líder nacional perredista.
–En México se duplicó el índice de pobreza y la desigualdad se agravó, vino una escalada de violencia que nunca se había conocido en el país. De un crecimiento promedio del 6.4% al año pasamos al 2.1. ¿Qué ganamos? Nada. Solo una política extremamente corrupta. Creo que ese es el peor de los daños que nos ha causado el neoliberalismo: implantó un sistema corrupto, aumentó las causas de la corrupción, el peculado, el conflicto de intereses, los delitos financieros, se jugó con las devaluaciones, muchos se hicieron multimillonarios con la privatización y después con el poder.
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Siguiendo con la búsqueda de versiones en torno al origen del TLC, con el fin de entender así el contexto en el que México acelera su proceso neoliberal, el periodista de negocios Luis Miguel González estima que, en efecto, la primera intención del gobierno de Salinas fue buscar un acuerdo con la Unión Europea, a fin de no depender tanto de EU y buscar así un mejor equilibrio en sus relaciones económicas.
Sin embargo, el plan fracasa y el salinismo debe rectificar. “Este proceso de no lograr atraer a Europa —explica González— es lo que de alguna manera obliga a este equipo a decir: ‘Nuestra vocación es geográfica y vámonos por América del Norte, pertenecemos allí’. Se dice fácil, pero desde lo simbólico significaba mandar un mensaje, complicado en su momento, de que México era más Norteamérica que América Latina”.
Sobre las negociaciones, recuerda que las primeras avanzan muy bien durante el gobierno de George Bush, cuyo Partido Republicano impulsa el TLC. “Todo estaba alineado de manera muy simple: México tenía un gran aliado en el presidente Bush y una estrategia muy clara en algunos estados de la frontera, con los demócratas Bill Richardson en Nuevo México o Henry Cisneros en Texas, pero de manera sorpresiva, George Bush pierde la elección por una serie de razones alrededor del manejo de la economía que podrían resumirse con una frase que se volvió una especie de clásico: ¡It’s the economy, stupid!”.
Tras la derrota de Bush, llega el demócrata Bill Clinton, enfatizando la necesidad de cambiar las directrices económicas que había marcado su antecesor, entre las que estaba el tema de la apertura comercial con México. “Para Clinton, el TLC era una manera de reconciliarse con el núcleo duro del electorado demócrata, que eran los sindicatos. Los sindicatos estadounidenses no querían el TLC que se firmó con Bush, porque, entre otras cosas, no incluía un capítulo laboral. Fue hasta que se modificó este apartado, incluyéndose un anexo laboral, que Clinton ratifica el TLC... La expectativa era muy grande en su momento”.
–¿Se cumplió dicha expectativa?-le pregunto.
–Toda la teoría de comercio internacional nos indica que cuando un país más pobre comercia con un país más rico, los niveles de ingresos se tienden a emparejar, pero esto definitivamente no ocurrió aquí.
–¿Fue una buena negociación?
–Vale la pena tener en cuenta que el gobierno de Salinas, en su estrategia de negociación puso mucho énfasis en que el sector energético, en particular el petróleo, no era negociable y debía quedar fuera del TLC, como finalmente ocurrió.
(CONTINUARÁ...)
Diego Enrique Osorno