Policía

La novela del "Comandante Cero"

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Managua, Nicaragua.- Samuel Noyola no publicó nunca una novela. Sin embargo, hay registros de algunos trabajos narrativos que esbozó antes de su desaparición. Entre ellos hay una autobiografía titulada “El Coyotero” [en alusión a su niñez en el barrio popular de La Coyotera], así como una biografía literaria sobre Fray Servando Teresa de Mier que empezó a trabajar en los ochenta y otra sobre un guerrillero al que conoció en Nicaragua, de nombre Edén Pastora, quien será mejor recordado por la Historia como el “Comandante Cero”.

Cuando llego al salón principal del antiguo Palacio Nacional de Nicaragua, me encuentro al “Comandante Cero” tocando un solitario piano en un rincón del lugar. El legendario personaje que dirigió a un comando que en 1978 asaltó este sitio y tomó como rehenes a miembros de la crema y nata nicaraguense, deja de tocar y empieza esta entrevista en la que repasará sus años con el sandinismo, luego trabajando cerca de la CIA y finalmente regresando al oficialismo de los años recientes.

- ¿Le gusta mucho tocar el piano?

-Cuando yo tenía 16 años tocaba el acordeón y mi hermano tocaba el violín, por lo que nos acompañábamos. Luego él murió en un accidente aéreo y desde entonces, hasta ahorita, volví a tocar un instrumento de teclas. Hace 65 años.

- Vaya, tantas cosas que han pasado en su vida hasta este momento… Otro recuerdo sería lo que aconteció alguna vez en este lugar donde estamos…

-Estamos en un lugar donde hace más de 40 años hicimos una acción político-militar: tomar el congreso, la asamblea de la dictadura somocista. Una acción que la derecha la considera terrorista pero fue una acción obligada. ¡Había que hacerlo!

-¿Cuál era la situación aquí en ese momento?

-Era un pueblo que luchaba contra una dictadura de una familia apoyada por un imperio y apoyada por un ejército entrenado, abastecido, y financiado por este imperio. Fue una opción necesaria porque era un pueblo con un gobierno que promovía la explotación del hombre por el hombre y todos los vicios de la sociedad: Falta de libertades de prensa, libertades políticas, respeto a los derechos humanos, en fin. Aquello, no hay palabras en el español que uno pudiera explicar lo que era la dictadura somocista.

El legendario líder de la guerrilla toca el piano en el salón principal del antiguo Palacio Nacional. María Secco
El legendario líder de la guerrilla toca el piano en el salón principal del antiguo Palacio Nacional. María Secco

-¿Cómo surgió la idea de tomar este lugar?

-Había que hacer algo que estremeciera al mundo. Que estremeciera los cimientos de la sociedad nicaragüense. Había que hacer algo como la toma del congreso, de la asamblea. Que, en México, en Europa, en EU, creían que el congreso de aquí era de señores honorables, y nosotros lo considerábamos una piara de cerdos que se prestaban para aparentar la legalidad, la legitimidad del régimen somocista.

-¿Qué pasó después de la acción?

-Todo mundo volteó los ojos a Nicaragua y se dieron cuenta del espanto, del horror que sufríamos nosotros los nicaragüenses y el mundo se volcó en ayuda solidaria y fraterna internacional con el pueblo de Nicaragua y pudimos derrotar la dictadura somocista y tomar el poder. Aquí donde estamos ahora se reunían los jefes de los partidos políticos de entonces. Liberales y conservadores, que eran la misma cosa. Promovían un sistema de explotación del hombre por el hombre y nosotros queríamos tomar el poder para cambiar todo lo cambiable, todo lo que había que cambiar.

-En la historia del siglo XX en Latinoamérica, la toma de este palacio está considerada como una de las grandes acciones guerrilleras. ¿Cómo se planeó?

-La ideé en el 70. Y pasé ocho años proponiéndosela a la Dirección Nacional y analizábamos la situación y llegábamos al convencimiento de que no podíamos realizarla porque no teníamos la capacidad orgánica, no habíamos desarrollado tanto y no podíamos capitalizar los efectos que iba a generar este operativo. Lo iban a capitalizar otros sectores anti somocistas que solo querían cambiar a Somoza por ellos, y seguir haciendo lo mismo.

Hasta 8 años después, cuando ya teníamos el desarrollo orgánico, los cuadros suficientes, la Dirección Nacional que entonces era el presidente Daniel Ortega, el general Humberto Ortega -su hermano- y un mexicano que también era nicaragüense y más nicaragüense que muchos nicaragüenses: Víctor Tirado López. Esos, con el resto de nosotros, analizamos la problemática y no había otra cosa que hacer más que la operación chanchera como le decíamos en el argot conspirativo clandestino a esta acción, porque, como te dije, considerábamos a todos estos congresistas una piara de cerdos.

-¿Podría relatarnos cómo fue?

-Fue genial, nítida, transparente. Nos salió limpia. Éramos 24 hombres y una mujer. Se escogieron de los mejores de todas partes de Nicaragua y se escogieron hombres probados: ¡patria libre o morir! Hombres que habían tomado ya acciones donde exponían su vida sin vacilar. Cosa que se puede hacer solo teniendo un gran amor al pueblo. Solo se puede cuando uno quiere ser parte de un pueblo grande. Y un pueblo es grande cuando estudia, trabaja, educa a su familia, se divierte, es feliz, es contento y tiene futuro sano, fuerte. Cuando uno quiere ser parte de un pueblo así, es capaz de dar la vida riéndose, contento.

Entonces se escogieron 24 compañeros y una compañera y se llevó a efecto el plan. El plan consistía- la puerta delantera del palacio estaba abierta y las dos laterales este y oeste, la sur estaba clausurada. Dos grupos, uno de 13 y uno de 12. Yo iba en el grupo de 13, en dos vehículos disfrazados de guardias nacionales, vehículos militares, veníamos disfrazados de soldados de una fuerza especial que tenía Somoza: la Escuela Básica de Entrenamiento Militar. Un vehículo atrás del otro por las calles de Managua desde la casa de seguridad donde nos habíamos reunido. Y llegamos acá y uno se tomaba la puerta Este y el otro daba la vuelta al palacio y tomaba la puerta Oeste. A mí me tocó la puerta Este. Entrábamos simultáneamente Este y Oeste, subíamos al segundo piso y ahí, en este local, en una operación chunque martillo, agarrábamos a los congresistas.

-¿Cuántos congresistas había?

-Aquí había como 90 congresistas. En la banca de atrás estaban los escoltas de los congresistas como 20 o 30, armados todos ellos. Subimos, Hugo Torres entró por la puerta Oeste. Yo entré por la puerta Este. Cuando llegamos a la puerta, como había orden de que aquí no podían entrar militares, el portero no quería abrir la puerta. Éramos - todo el mundo que nos vio creyó que éramos del ejercito de Somoza-, y cuando el tipo vio los guardias que él suponía eran soldados, abría y cerraba la puerta, abría y cerraba la puerta, hasta que yo llegué y bajé el fusil, lo encañoné y le dije: abrir, abrir. Ya encañonado, él tuvo que abrir. En cuanto la puerta se abrió un poco, metí el hombro, me metí. Detrás de mí venían cuatro compañeros. Dos se daban vuelta a mano izquierda a encañonar a los que estaban en la puerta de atrás y dos se daban vuelta. No se muevan. Cuando yo entré, entramos 6, todo el congreso se me quedó viendo.

-¿Qué sintió?

-Yo sentí una sensación extraña, un proyecto que contemplé 8 años se estaba realizando. El Palacio estaba en mis manos.

CONTINUARÁ…

Capítulo 10 de la serie periodística “Samuel Noyola: Retrato de un desconocido”.



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Diego Enrique Osorno
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