Al mediodía de la lúgubre Berlín me enteré que Carlos Martínez Rentería había muerto durante la noche en México. Mi amigo, el guionista Alo Valenzuela, me dio la noticia cuando del otro lado del Atlántico apenas amanecía.
Carlos llevaba un par de años padeciendo una diabetes que le fue minando el cuerpo, aunque no la irreverencia ni el ingenio con el que impulsó durante 30 años espacios para la juventud de los márgenes literarios, ajena a los cánones culturales.
Al dirigir una revista contracultural como Generación y coordinar eventos en La Pulquería de los Insurgentes, procuraba apoyar a artistas de la periferia de la misma Ciudad de México: aquellos que no pertenecían a ninguna cofradía local ubicada en la Condesa ni eran parte de una casta divina instalada en las altas esferas culturales.
Lo mismo hacía con autores de pueblos y ciudades lejanas, en una época en la que la indiferencia capitalina podía sepultar carreras emergentes del resto del país. Conozco historias directas de escritores de Monterrey, Tijuana, Oaxaca y Mérida que recibieron el impulso de Carlos para mantener a flote su vocación cuando se encontraban hastiados y deprimidos por el desdén que suelen sufrir quienes se van por la libre en la vida y en el arte.
Otra de sus aportaciones gira sobre la lucha por la despenalización de las drogas. Fue pionero y figura del movimiento cannábico que irrumpió en el país a principios de los noventa, cuando tener una postura pública así era algo radical e incluso peligroso, ya que en esos años ni Ernesto Zedillo ni Vicente Fox habían mirado aún la oportunidad de hacer business.
En lo personal, una de las cosas que atesoro de su labor pública fue traducir y publicar en español La noche mexicana, de Lawrence Ferlinghetti, el último de los poetas del movimiento beat; tampoco olvidaré nuestras conversaciones en torno a mi admirado Samuel Noyola (quien ayer cumplió 58 años de edad).
Y en lo personal, me quedo con haber atestiguado un poco la relación con su hijo Emiliano Escoto, fiel escudero que lo acompañó con amoroso temple en el tramo final de su atribulada vida.
Nacido, criado y vivido en la noche mexicana llena de dolores, asedios, fiesta, alucinaciones y claroscuros, ojalá sea esa misma noche la que reciba a Carlos tras su partida.