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La apertura

Con la escisión interna más dramática en la historia del PRI, las turbulencias electorales de 1988 y el nacimiento de una fuerza opositora como el PRD, organizada directamente contra su proyecto de gobierno, Carlos Salinas de Gortari va afianzando su administración durante los primeros años, al mismo tiempo que implementa medidas económicas radicales.

Para Luis Miguel González, periodista reconocido tanto por el World Economic Forum de Davos como por la Fundación Gabriel García Márquez, este proceso de transformación económica resulta apasionante.

“Carlos Salinas de Gortari —explica— es un presidente que entra con calzador en 1988, pero al tercer año tiene pleno dominio de la escena política y por supuesto de la escena económica. El proyecto de modernización de Salinas era, yo diría, controvertido en el sentido que implicaba una disrupción, implicaba cambiar los roles entre diferentes actores y a pesar de que en términos generales había mucha confianza en él dentro del sector empresarial, también había mucho miedo, respecto a las consecuencias que podría tener el proyecto modernizador”.

—¿Qué le preocupaba al sector empresarial?

—En este momento, la apertura suena a que era lo más lógico y qué bueno que se hizo, pero en aquel entonces se veía muchísimo miedo. Uno puede pensar en estas crónicas de la Edad Media donde decían: “Bueno, si cruzamos tal lado, si cruzamos el Cabo Finisterre, se acaba el mundo”. En buena medida teníamos un sector empresarial muy cómodo con el control del mercado interno, hecho fundamentalmente por grandes monopolios u oligopolios públicos o privados no acostumbrados a competir y, por supuesto, muy contento con las privatizaciones que había hecho Salinas, porque implicaban una entrega de oportunidades económicas al sector privado, pero muy nervioso con la apertura. Digamos que si lo pudiéramos poner en pocas palabras: la privatización les gustaba mucho y pensaban que la apertura era demasiado.

—¿Cuáles eran las referencias de la época?

—Se miraba mucho más Europa como referente. Había tres grandes momentos: uno era la caída del muro de Berlín, que por supuesto había ocurrido en el 89; otro, el pacto de la Moncloa en España, que implicaba una solución, vamos a decir, “tejida a mano”, sin violencia, para pasar de una dictadura a la democracia, y estaba el caso de Rusia, que se veía con mucha curiosidad, pero sin terminar de entender. La lectura que hacía la élite política en México era que Rusia cometió el error de querer hacer dos grandes procesos al mismo tiempo: la apertura política y la apertura económica, lo cual resultaba demasiado al mismo tiempo y si se quería hacer en México, o si se quería aprender del caso ruso había que dosificarla, ya que no se podían hacer las dos cosas al mismo tiempo.

Por eso vemos un gobierno digamos, dispuesto en la modernización económica a hacer cirugía mayor y en el caso de la modernización política recetando dosis homeopáticas.

Hubo tres grandes momentos en esa época: uno fue la caída del muro de Berlín. Especial
Hubo tres grandes momentos en esa época: uno fue la caída del muro de Berlín. Especial

—¿Qué reforma destacarías?

—Una de las reformas más importantes de Salinas tenía que ver con la reducción del tamaño del Estado. Hay que recordar que en tiempos de López Portillo (76-82), el Estado mexicano llegó a tener prácticamente 50 por ciento de la economía en sus manos. Tenía desde empresas petroleras, por supuesto que tenía clínicas, pero tenía inexplicablemente fábricas de bicicletas, clubes deportivos, y una serie de curiosidades que de alguna manera se volvieron muy caros de sostener en las crisis. Miguel de la Madrid, hace un primer esfuerzo de racionalización, de austeridad, de reducción del tamaño del gobierno, pero si podemos pensarlo, es el sexenio de la Madrid un larguísimo periodo de preparación para las grandes reformas que vendrían con Salinas.

—¿Qué otras reformas resaltarías?

—Las más relevantes son: privatización, apertura comercial a través del pacto con América del Norte y una reforma que por momentos parece que se ha olvidado y era la transformación del régimen del ejido. Esta estructura de propiedad colectiva de la tierra, que viene de tiempos de la Colonia y se resignifica en la Revolución.

—¿Qué es lo que cambia con Salinas para el ejido?

—Los ejidatarios que pertenecen a una comunidad tienen permiso de vender la tierra que poseían. Hay que recordar que no solo estamos hablando de tierras dedicadas al campo o a labores agrícolas, una parte de las tierras ejidales se convirtieron en centros turísticos muy exitosos en la Riviera nayarita, en propio Puerto Vallarta, por supuesto Veracruz o en la zona de Quintana Roo. Entonces yo diría que estos tres cambios son fundamentales y en conjunto tratan de reducir el tamaño del gobierno, abrir oportunidades para el sector privado, abrir a México al mundo y, si se puede decirlo así, generar nuevas opciones de trabajo para los mexicanos, pero hay que decirlo con todas las letras, una cosa es el diseño en el papel y otra cómo lo hizo.

—¿Cómo se hizo?

—La privatización generó muchas dudas sobre si no había sido un proceso que en primera y última instancia no tenía destinatarios desde el principio. Una parte del proceso este de realineación entre gobierno y sector privado, entre mercado y Estado, lo que queda ahí es la sensación de que pudo haberse hecho de una manera más limpia, más transparente.

Más allá de estas tres reformas, de estos tres carriles, yo diría que lo que define la política económica del salinismo es un activismo presidencial en la promoción del país, en la promoción de los temas económicos y en una especie de seducción permanente del sector privado nacional y extranjero. 

Continuará...


Los neoliberales / Capítulo VII


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