Policía

Guerra revive guerra

En un local encuentro uniformes militares rusos, medallas prusianas, fotos de soldados y cachivaches de la RDA. Diego Enrique Osorno
En un localencuentrouniformes militares rusos, medallas prusianas, fotos de soldados y cachivaches de la RDA.Diego Enrique Osorno

Veo el Sol a través del humo en la secuencia del incendio de una película alemana cuyo título no recuerdo, pero miré hace varios años en la Cineteca de Nuevo León que hoy lleva, de manera acertada, el nombre de Alejandra Rangel Hinojosa.

No sé por qué siento que vuelvo a mirar ese sol mientras camino aún por Karl-Marx-Allee, aunque procuro no mirar horizontes, sino descubrir los locales más discretos de la ruta, unos que incluso parecen esconderse en lugar de promover sus servicios y productos a los transeúntes.

¿Sobriedad alemana, autoconfianza desmedida en su oferta o simple concepción justa y bien proporcionada de lo que es el comercio, sin depender de neones publicitarios? Difícil saberlo, pero con esa tonta pregunta en la cabeza entro a un anticuario.

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Una de las cosas que más me gustan del periodismo literario anglo es el uso común de las antiquísimas cartas de ciudades como recurso narrativo. Aquellas en las que los autores tienen la misión de explicar un lugar y un momento en sus diferentes aspectos sociales, culturales, políticos y económicos, pero tratando de evitar el tono notarial o de aventura turística y en vez de ello buscan un personaje, un evento, un espacio o una actividad detallada que detona luego la explicación de todo. Sí, todo.

Las primeras cartas narrativas de este tipo que descubrí fueron en español —aunque varias de ellas habían sido publicadas primero en inglés en The New Yorker— y daban forma a un libro que me estremeció cuando lo leí, a finales de los noventa, a punto de cumplir 20 años. El libro se llama Al pie de un volcán te escribo y contiene cartas desde ciudades latinoamericanas como Lima, Bogotá, Managua y el desaparecido Distrito Federal.

Alma Guillermoprieto, la autora, es a mi gusto la mejor periodista mexicana, aunque por desgracia sea poco conocida en nuestro país. ¿Cosas del marketing? Alma es una autora determinante en su negativa a ser barnizada con neón publicitario. Tan radical es que no tiene cuenta de Facebook, Instagram e incluso de Twitter.

Pensé en ella y en su libro tras la primera semana de mi llegada a Berlín. Como suele suceder en mi vida, ya pensaba rebelarme del objetivo que me había puesto al venir acá y una de las ideas o impulsos que tenía para desviarme, era ponerme a trabajar en la escritura de una carta narrativa berlinesa, a partir de anticuarios como el que ahora visito en Karl-Marx-Allee.

Me ha tocado viajar y vivir en algunas ciudades, sin conocer nunca una en la que hubiera tantas tiendas de antigüedades como en esta. Eso me impactó luego de los primeros días de caminar de un lado a otro las calles de la ciudad, teniendo como epicentro Friedrichsain. La intuición de reportero me decía que si era capaz de sumergirme y entender el mundo de los anticuarios berlineses podría entender algún secreto profundo de esta ciudad. 

Sin embargo, contra todo pronóstico, no hice la carta y acaté el plan original que me había traído hasta aquí.

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Si hubiera decidido hacer la carta narrativa de Berlín a partir de sus anticuarios, uno de los datos que me hubiera gustado conocer al inicio es el del número exacto que hay en la ciudad. También hubiera identificado asociaciones gremiales, investigado su regulación oficial e histórica.

Entre las preguntas que tenía estaba la de si en la época del nazismo había tantos anticuarios como hoy o si se trataba, como todo indica, de un fenómeno derivado de la Segunda Guerra y la Reunificación.

Ya después de haber averiguado los datos anteriores, me habría puesto a caminar y caminar, entrando a los anticuarios que encontrara en mi andar azaroso, para analizarlos, sentirlos e irlos descifrando así, poco a poco, hasta que ya me sintiera bien inmerso y pudiera buscar luego establecer algún tipo de contacto para una entrevista formal con algún dueño que hablara inglés (aunque mi sondeo informal indicó que ninguno lo hablaba, ¿será acaso una regla de los anticuarios no hablar en otras lenguas más que el alemán?).

El caso es que buscaría la forma de presentarme y explicar la idea de mi carta narrativa. Si el anticuario no se reía de mi propuesta y me corría del lugar, pediría algunas sesiones de entrevistas formales y, sobre todo, permiso para quedarme en la tienda, observándolo a él y a los visitantes del lugar.

Así creo que iría entendiendo un poco más de este misterioso mundo.

Otra de mis preguntas de trabajo iniciales era: ¿Qué significa que existan tantos anticuarios en una ciudad: nostalgia, trauma, memoria o capitalismo del pasado?

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En este anticuario de Karl-Marx-Allee hay de todo: uniformes militares rusos, medallas prusianas, álbumes olímpicos, fotos de Berlín Oriental, cachivaches de la RDA... En especial, quiero quedarme horas mirando las fotos antiguas, observando imágenes de personas desconocidas para mí que están en situaciones triviales o solemnes.

Por supuesto que aquí no hay ningún objeto con alusión nazi. El honor de cualquier persona y además la ley lo prohíben, aunque en algunas tiendas de antigüedades he hallado ropa o medallas nazis, medio escondidas, no sé si por accidente o con la intención de que parezca accidente y detonar luego una negociación con el anticuario.

No me he atrevido a preguntar nunca. Obvio, por pudor.

Pero si hubiera decidido trabajar en la carta narrativa berlinesa, por supuesto que lo hubiera hecho.

Está claro también que no compraría nunca un objeto nazi, aunque el diseño del signo resulta bastante sugerente. Si le quitáramos la asociación que siempre tendrá con las atrocidades cometidas por Hitler y secuaces, la suástica sería un viejo símbolo místico usado por algunas culturas milenarias, sobre todo orientales.

Pero una suástica es hoy una suástica. Imposible mirarla con nostalgia taoísta.

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El pasado está vivo y nos marca de manera profunda, aunque parezca que lo vivamos de manera superficial. Eso me hace pensar Berlín todo el tiempo.

Llegamos con una pandemia, pero la pandemia de repente pasó a segundo plano. El trágico pasado alemán -muy latente en edificios, calles, plazas, museos, anticuarios…- se fue volviendo nuestro presente.

O quizá estoy exagerando y solo me influye que llegué con la consigna de volverme una especie de anticuario, o sea, de conocer y recolectar muchas historias de estas calles para llevarlas a amueblar las mentes de mis hijos, quienes, sabrá Dios por qué, se volvieron estudiosos serios de la Segunda Guerra y hablan con más autoridad de ella que de El señor de los anillos y el Teatro, otros temas que, por sus respectivas edades, resulta natural que les atraigan.

Por si fuera poco, mientras ese pasado se estaba volviendo mi presente, Rusia invadió Ucrania.

Guerra revive guerra.

Ese era el incendio en el que el Sol quedaba lejos, oculto entre humo.

Diego Enrique Osorno

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