
Los primeros prisioneros que recibió el campo de concentración de Sachsenhausen eran disidentes políticos del Tercer Reich, así como también vagabundos y otras personas catalogadas por el régimen como “asociales”. Después, cuando empezó la Segunda Guerra Mundial y con ella las largas batallas en pleno campo soviético, llegaron también cientos de prisioneros de guerra rusos.
Una de las historias que oímos en voz de nuestro guía, el escritor J. S. T. Urruzola, y que me conmociona en lo particular, es la de un prestigiado fotógrafo artístico alemán que llegó un día a Sachsenhausen con la intención de retratar a los presos del campo recién llegados del más lejano norte del continente europeo.
Cabe precisar que no todos los prisioneros de guerra eran soldados o milicianos. Entre los prisioneros había ciudadanos comunes de los poblados asaltados por las tropas nazis, los cuales eran capturados bajo la acusación de ser comunistas. Muchos de ellos eran personas no habituadas a la guerra. Arribaban cansadas, golpeadas y hambrientas después de una ingrata travesía, por lo que llegaban con un semblante deshecho y así eran fotografiados por el artista alemán que había llegado a Sachsenhausen con la intención de desplegar su educada mirada.
Tras algunos meses, las imágenes de los prisioneros de guerra del campo fueron presentadas con bombo y platillo en un museo del centro de Berlín, como una supuesta exposición artística titulada “Paraíso soviético”, la cual fue auspiciada y aclamada por la Alemania nazi de entonces.
Según la estúpida creencia nazi, los eslavos eran una raza inferior, por lo que una de las finalidades de este acto presuntamente artístico era en realidad un apartado del mecanismo de propaganda que mostraba los rostros deteriorados y cansados de los presos rusos de Sachsenhausen, para buscar remarcar así una inexistente y ridícula supremacía aria.
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Sachsenhausen era un campo de concentración y una cárcel. Pero también un campo de Exterminio. En algún momento, la orden nazi giró en torno a la eliminación masiva de prisioneros. La primera técnica de asesinato masivo aplicada fue la de poner a cavar fosas a los prisioneros, para luego fusilarlos ahí mismo e irlos enterrando.
Con el fin de “eficientizar” este “procedimiento” que implicaba gastar muchas balas e impactaba de cierta forma en la moral de los soldados encargados de los fusilamientos, los nazis crearon otra terrorífica forma que consistía en someter a los presos a supuestas revisiones médicas.
De tal manera que eran formados en filas para entrar a un barracón donde los recibía un médico que los colocaba en cierta posición de pie, sin que los prisioneros se dieran cuenta de que detrás de ellos estaba un agente nazi que, del otro lado de la pared de madera, a través de un orificio, les disparaba en la nuca y los mataba.
Otro agente más recogía el cuerpo y lo llevaba a una fosa clandestina.
Más de 10 mil presos soviéticos fueron asesinados así.
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Sinopsis editorial de Starring Juan, la novela de J.S.T. Urruzola, nuestro guía de Sachsenhausen:
Juan, un joven que trabaja en el sector audiovisual, se traslada de Nueva York a la Ciudad de México tras sufrir un gran desamor. Su vida práctica se resuelve enseguida, pero sus emociones continúan ancladas en el pasado. Las relaciones que entabla con Nombre de Hijo (quien cambió su verdadero nombre por el de su hijo, que nunca llegó a tener nombre), Darío Cebra (joven que hizo de caminar sin rumbo su camino verdadero) y Mateo Sarsil (cineasta de métodos muy poco ortodoxos) acompañan e influyen a Juan hasta que logra aterrizar en su presente y protagonizarlo.
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Entre los presos más famosos de la prisión dentro del campo de Sachsenhausen estuvo aquel activista que intentó matar a Hitler durante un mitin en Baviera: Georg Elser.
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Caminamos por una orilla del campo, donde ocurrió la primera ejecución de Sachsenhausen. La víctima fue un diputado opositor que de manera intencional fue llevado a que recogiera un gorro en una zona prohibida. Apenas se acercó al espacio, como le indicaban los propios celadores, fue abatido a distancia por los guardias especiales del perímetro. Como ese, decenas, quizá cientos de ejecuciones estúpidas y abyectas.
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De cerca, nadie es normal. He pensando en eso desde hace varios meses, casi siempre unos minutos antes de dormir la siesta de las tardes. Casi todos pretenden serlo y lo aparentan de manera sobresaliente hasta que alguien se les acerca lo suficiente para apreciar todo lo anormales que tienen y son, aunque de lejos se vean tan así, tan normales. Como si ser anormal fuera algo de lo que uno pudiera estar exento nada más con pensarlo para sí mismo.
En estos días ser anormal es estar out y no in. Afuera y no adentro. Viejo y no moderno. Por ejemplo, ayer pasó un tipo vestido con un impecable traje sastre azul oscuro, camisola blanca de seda recién lavada, zapatos de piel y suelas antiderrape, calcetas de lana, mancuernillas de oro y un reloj suizo. Traía el atuendo del normal, del in, del que está adentro, del que es moderno y del que hay muchos miles de facsímiles, pero no más de los que en vano –y grotescamente para mi gozo–, se esmeran en serlo sin poder lograrlo.
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Sachsenhausen es el campo de concentración más hermoso del mundo, decía el arquitecto Albert Speer que lo diseñó.
Diego Enrique Osorno