Lo peor que le puede suceder a una sociedad es que, en un arrebato de malestar, entregue su voto por aquellas ofertas que prometen solución a sus problemas de manera inmediata. Cada proceso electoral ha sido una oportunidad para que el "populismo" se placeé a sus anchas, sin atender las consecuencias una vez llegado al poder.
No es necesario describir los momentos de necedad que han colocado al gobernante del país más poderoso del mundo como un candidato al sicólogo, en ese afán de cumplir todo lo que prometió, complicando las relaciones entre potencias y naciones de manera innecesaria.
Las promesas irresponsables siempre encontrarán eco en electores desesperados, hartos de corrupción, impunidad y de ver cómo al final sus empeños diarios son compensados con sueldos miserables, en el caso de que tengan empleo, y la riqueza se va a unas cuantas manos.
La justicia distributiva es el pasivo más importante acumulado por décadas, pero hay otros temas que también han venido incrementando el malestar ciudadano en contra de todos los actores políticos, como la inseguridad, la violencia que se ha vuelto parte del paisaje sin que ninguna estrategia funcione.
En ese marco, los partidos políticos y sus candidatos al gobierno del Estado de México tendrán que alejarse de las promesas vanas y lugares comunes porque, de entrada, los ciudadanos ven con un escepticismo cada una de las ofertas.
Esto ha sido aprovechado por personajes que, por la vía de las candidaturas independientes, encierran a todas las fuerzas políticas en el mismo costal, es decir, que ninguna institución política tiene la capacidad, merced a sus intereses, de resolver los problemas, tomando los resultados en esta época de alternancia en el poder público que, sin duda, no son para presumir.
De ahí la tentación de que se incurra en la oferta fácil solo para tratar de endulzar los oídos, de decir lo que quizás algunos esperen escuchar en fenómenos que requieren no solo el compromiso, sino el análisis y el cálculo para proceder en la forma más adecuada.
El caso de la seguridad es el mejor ejemplo. La autoridad, por sí sola, no va a poder frenar el instinto asesino de sicarios, narcotraficantes y otras alimañas si en ello no se impulsan otras medidas de más largo alcance, como la eventual despenalización de la droga, un tema en el que hasta los señalados como más "populistas" se niegan entrarle por motivos casi inconfesables, quizás religiosos.
Por tanto, decir que se va combatir el crimen con todo el peso de la ley o frases similares no dejará de ser eso: frases nada más, porque hay una maraña de intereses y convicciones que no se ponen en discusión.
Igual es el caso de la corrupción y la impunidad si no se hacen deslindes claros sobre correligionarios y se pide que se actúe en consecuencia. Los hechos deben respaldar las ofertas, de otro modo se abrirá más la puerta a la oferta fácil y a la posterior decepción.