La de anoche fue una conmemoración más de nuestra Independencia, una celebración que llevó fiesta y que trajo el recuerdo creado en una memoria colectiva que marco nuestros anales de la historia, así que hubo, como es costumbre, ese grito desde el balcón de miles de municipios en nuestro país.
Un grito que dista mucho de ser el que se aventó Don Miguel Hidalgo, porque aunque si hay evidencia de que el cura efectivamente convocó a una multitud para dar oficial inicio a la guerra de Independencia, no se sabe con certeza que fue lo que gritó.
Así que las consignas hasta nuestros días han venido modificándose a conveniencia, lo que sí es que para nosotros los mexicanos esto es uno de los símbolos que más identidad nos da, es la forma más contundente de demostrarle al resto del mundo de dónde venimos, por esta razón, año con año el gobierno en turno se esmera en celebrar esa noche; y la vendimia se hace presente para festejar.
Como dije, celebrar es fiesta, es tener esa pausa de la vida cotidiana para cubrirnos con el bálsamo de la “mexicanidad”, auspiciado por un sistema político que mostró a lo largo y ancho de nuestro territorio nacional la perfecta alienación social que vivimos, plazas con miles de mexicanos eufóricos carentes de conciencia, desmemoriados de su historia, mezclándose en una masa amorfa, sin el sentido de lo racional, gente seguramente con sueldos precarios o desempleados, jóvenes sin un futuro claro, familias con ganas de olvidar su situación actual para pasar un buen rato viendo el espectáculo de su artista favorito y esa pirotecnia que cual insectos los atrapó dejando en blanco sus mentes, olvidamos para celebrar porque “mañana Dios dirá”.
Y ese mañana es hoy porque la noche de anoche nos conectó por un momento con nuestras raíces, la euforia nos pintó las caras y nos acompañó con lo típico mexicano: pambazos, buñuelos, pozole junto claro está por tradición con Tequila, símbolo de la valentía de nuestra nación.
Así se vive y siente México.
