El debate de siempre se ha asociado de mala manera con un componente emocional, esto es, que cuando cada contraparte empieza a exponer sus argumentos pareciera que los invitados principales son el enojo, la rabia, la ira, el coraje, la burla y la pérdida de control, todos estos generados por las palabras que se vierten durante el evento.
Curioso fue que al menos en este primer debate de nuestros dos verdaderos candidatos, porque insisto que los otros dos ni posibilidades cercanas tienen, no se prestó a lo anterior dicho, lo cual celebro, estuvo bien coordinado, bien manejado y al principio bien estructurado, donde cada uno puso en la mesa sus ideas, sus propuestas y su ideología, y justo ahí es el diferencial de grandes conversaciones o bien de pobres alusiones y ataques al contrincante; sí, se habló de lo que se haría y de cómo se manejarían en caso de ganar, pero por algunos momentos, los presentes denostaron a los otros (y otra), atacando su pasado y las formas de gestionar que han tenido, como si de chismes se tratara hablaron del partido en el poder, de los usos y costumbres del mal obrar y de las cosas no hechas.
Berganza dejó en claro que esa será su estrategia, buscar el voto del enojo para “sacar” a los de siempre de Plaza Juárez.
Quitando las formas, el fondo que debe ser lo importante, en palabras se escuchó muy bien, demasiado bien diría yo, y ahí es donde el miedo latente es el de que estemos ante palabrerías de convencimiento, de decir todo lo que se hará si se gana, pero que en la realidad nosotros los ciudadanos nos damos cuenta que llegando al poder mucho de eso se queda como palabras al aire, veremos como se van dando las cosas.
David Aarón Cárdenas
