En la semana el rumor creció y los medio de información ni tardos ni perezosos, cuestionaron a nuestro Presidente, a quien no le quedó de otra más que decir que “andaban viendo” si sí o si no.
Le hablo del tema de las embajadas mexicanas que están pendientes por definir y en donde el nombre que sonó para la de Israel fue el de don Omar Fayad.
Según la Secretaría de Relaciones Exteriores una embajada es la oficina que representa a México en el país donde se hospede, y en términos generales su función es la de proteger los intereses de nuestro pueblo, construir una relación política digna, promover el conocimiento de la cultura mexicana y fomentar el intercambio comercial, científico y turístico, entre otros muchos temas más.
No es cosa menor ser embajador entonces, ya que en pocas palabras no solo es el representante personal del Jefe de Estado que lo nombró ante quien lo recibe, sino también, de su nación y de su pueblo, esta responsabilidad en el deber ser estaría a cargo de la gente que se preparó para eso, diplomáticos de carrera, miembros del Servicio Exterior Mexicano y que conocen de sobra cómo actuar y qué conducta seguir en el país extranjero.
Sin embargo, la realidad es que hoy es más un “dedazo” del presidente en turno, un premio por la lealtad ciega mostrada al gobierno, y el pago de favores hechos sin importar el partido político de donde venga. El problema es que varios de los nombrados como embajadores actuales, no tienen la experiencia diplomática ni consular y mucho menos están conscientes de que un equívoco personal puede dañar gravemente la imagen y prestigio de nuestra nación.
Y con lo dicho por el Presidente de que pueden aspirar no solo los preparados, si no otros mexicanos de la política o dirigentes sociales, la cosa no pinta que mejorará. En fin, los dimes y diretes ahí están, Tel Aviv parece será el destino final de nuestro ex gobernador, el último priista de Hidalgo, antes de que llegara Morena.